José Joaquín León gana el XXII Premio Joaquín Romero Murube
El periodista y escritor obtiene el galardón por un artículo sobre el Gran Poder titulado 'Todos los caminos van a San Lorenzo'

El 19 de julio de 1936, un día después del inicio de la Guerra Civil, Manuel Otero Ruiz hizo las maletas y se trasladó a vivir a una habitación del Hotel Inglaterra.
Desde hace bastantes años es muy recurrente el hablar con muy mala uva y sensacionalismo de los casos de prostitución en la Mayor de Las Antillas. Muchos han sido los artículos de prensa, reportajes de tv, conferencias y debates sobre este tema tan espinoso y a la misma vez tan universal. No faltan tampoco los chascarrillos(1) sobre este triste negocio de la carne en los que se pone en solfa la dignidad e integridad de cubanas en lo que se refiere a la prostitución femenina. Así la mayoría de las veces en estos foros solo se ve la paja en ojo ajeno y no la viga en el ojo. Por eso cabe decir que al menos en España al hablar de la prostitución en Cuba los españoles hemos sido si no tristes iniciadores al menos fomentadores de esta profesión en la Isla.
Por las minorías que aún leen, es conocido el incidente protagonizado en la Universidad de Salamanca en 1936, en plena Guerra Civil, entre el intelectual y escritor Miguel de Unamuno y el general fundador de la Legión, Millán Astray. Unamuno había en cierto modo aplaudido el golpe de estado del general Franco, un poco defraudado por el fracaso y el caos en que se tradujo la II República Española. Meses después, al darse cuenta que tan jodido es enero como febrero quiso rectificar con un discurso en defensa de la cultura y en respuesta a otro en el que se justificaba la barbarie y la xenofobia al pueblo vasco. (*) Variadas son las versiones sobre este incidente que se saldó con la proclama famosa de Muera la inteligencia, viva la muerte de Astray y la de Unamuno, con su Venceréis, pero no convenceréis, teniendo el intelectual que salir escoltado del brazo de la mujer del Generalísimo, Carmen Polo de Franco porque le iba en ello la vida. Unamuno se refugió en su casa vigilado por los golpistas. Pocos meses después murió allí más que de enfermedad, de hastío y de pena.