
"Me gustaba la Lola porque no se vestía de gitana para ir a la Feria y escuchaba conmigo el disco blanco de James Taylor. No era muy indigenista la Lola. Le gustaba el flamenco de verdad,
- El que se te mete en las entrañitas -me decía.
Una noche, me llevó a un bar de la calle Alfarería, para que escuchara soleás de Triana. Cada vez que considero que me tengo que morir tiro una mantita en el suelo y me harto de dormir. Desde aquella primavera del setentayocho, recuerdo esa letrilla.
- El Arenero, Camus - nos presentó la Lola y yo me quedé alucinado contemplando a aquel tipo que bebía vino negro y cantaba como si se le acabara de morir un hijo.
- Al son de estos cantes se fundían los hierros en la Cava - me dijo el cantaor.
La Lola llevaba un diario. En una libreta con las pastas negras, arrugadas. Aquella noche lo sacó de su pequeño bolso de lana de colores rastas. Me enseñó sólo la primera palabra. Escrita en mayúsculas, con letras azules de pluma estilográfica. Sentimientos, ponía. Era guapa como las mujeres del siglo XIX. Yo la llamaba la Francoise Sagan de la calle Pureza.
- Buenas noches, tristeza, le decía - prometiendo que nos iríamos a París para ser escritores.
- Eso, tú, el Julio Cortázar y yo, la Alejandra Pizarnick - y me cogía del brazo mirando las aguas de su río, soñando con la gloria literaria, que debía de ser ese halo amarillento de los libros viejos que comprábamos en el Jueves".
Así empezaba y sigue comenzando "El rock de la calle Feria" quince años después. El domingo, en la mágica carbonería de Luis, en la calle Parras 2. Por si no tienes nada mejor que hacer. Muchísimas gracias Agustín María García López y Reyes Aguilar Caro.

