«España es incurable»El XXI Premio de Novela Ciudad de Badajoz posee acento sevillano y vive en San Lorenzo. Tras sorprendernos con «El rock de la calle Feria» y lograr el reconocimiento con «La última noche», Francisco Gallardo recrea un caso real de denuncia por malos tratos en «Áspera seda de la muerte». Un sorprendente relato ambientado en el primer tercio del siglo XIX, pero de rabiosa actualidad
«Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que le desagrada, le escribirá un acta de divorcio, se la pondrá en su mano y la despedirá de su casa». Esta cita, atribuida al profeta y líder espiritual Moisés, y con más de 3500 años de antigüedad, es una de las primeras referencias conservadas sobre la disolución del matrimonio, y se halla inserta en la Biblia. ¿Quiere esto decir que en el judaísmo existía el divorcio tal y como hoy lo conocemos? No exactamente. Lo que existía, según el periodista y escritor Luis Antequera, «es una cosa totalmente diferente que se llama ‘repudio’ o si se prefiere, el ‘divorcio unilateral’, por el que un hombre puede abandonar a una mujer, pero no al revés». Pese a todo, el Antiguo Testamento apenas recoge casos de este tipo, exceptuando, eso sí, el de la esclava Agar casada con Abraham, a la que el patriarca termina despreciando tras conocer que Sara, su primera mujer, ha engendrado a Isaac.
Del rey godo Recesvinto a Felipe II el Prudente
Lejos de los avances jurídicos surgidos en Grecia y Roma, la cultura española contempla episodios disolutivos de muchas clases: desde el divorcio de las hijas del Cid —uno de los casos de maltrato más célebres de nuestra literatura— a la polémica anulación del matrimonio entre Enrique IV y Blanca de Navarra. Si bien, tras muchas idas y venidas, el divorcio salió definitivamente de nuestra sociedad con la llegada de Felipe II, que promulgó los cánones del Concilio de Trento como Ley del Reino, seguramente irritado por el escándalo británico de Enrique VIII y Ana Bolena. Atrás quedaba el «Liber Iudiciorum» del rey godo Recesvinto, donde se autorizaba levemente el divorcio para casos extremos, y aún el «tafriq» o apartamiento musulmán. De modo que, como nos recuerda el abogado Manuel Rodríguez-Marín, «podemos observar como existe un continuo ir y venir de este derecho a lo largo de la historia íntimamente ligado al autoritarismo gubernamental o religioso que se ha desarrollado en la Península Ibérica».
Un tapiz de alto lizo
¿Qué ocurrió entonces tras la Revolución Francesa? ¿Acaso el propio Napoleón no se divorció de Josefina, y a su vez María Teresa de Habsburgo repitió la jugada con el emperador depuesto? ¿Fue Pepe Botella capaz de importar dicha ‘moda’ a la achacosa España? Pues la verdad es que ni siquiera se planteó. Ni entonces ni en 1851, cuando el frustrado proyecto de Código Civil, pese a que en la segunda década del XIX hallemos documentos jurídicos bajo el título «demanda de divorcio». Algo que, según el autor de Áspera seda de la muerte, Francisco Gallardo, «lógicamente no era un divorcio como lo conocemos en la actualidad, era una separación de mesa, habitación y cama». Y es precisamente uno de esos curiosos registros, posteriores a la Guerra de la Independencia, lo que da origen a la obra galardonada con el XXI Premio de Novela Ciudad de Badajoz y publicada por la editorial Algaida. Una perla negra descubierta por casualidad en la iglesia sevillana de San Ildefonso, con la que el historiador Bibiano Torres tentó al escritor hace más de un lustro. De aquel encuentro fortuito pronto surgió una investigación en los Archivos Históricos de Andalucía, algo que se complementó con las visitas a la Academia de Medicina por parte de Gallardo, amén de otras indagaciones. En suma, el autor de La última noche (Premio Ateneo de Novela Histórica 2012) fue tejiendo poco a poco, como un tapiz de alto lizo, una trama en apariencia sencilla, que con el paso del tiempo se fue revelando como lo que es, una novela actualísima que además de dar voz a personajes de otras épocas —desgraciadamente conectados con la nuestra— luce en su concepción técnica y artística de una manera rotunda.
Sevilla, 1813
El argumento de Áspera seda de la muerte arranca en Sevilla en el invierno de 1813, cuando las tropas napoleónicas ya han abandonado la ciudad dejando tras de sí un reguero de miseria, confusión y muerte. En ese difícil contexto, la esposa del teniente Juan Ballester, héroe de la batalla del Puente de Barcas, decide abandonar junto a sus hijos el infierno de los malos tratos, solicitando a su vez el amparo de la justicia militar. Lo que no sabe Flora de Letona, cuyo abogado decide acogerla en su casa, es que su impetuoso marido moverá cielo y tierra para vengar la afrenta, logrando que la autoridad le devuelva a los niños y que su mujer sea depositada en el Beaterio de San Antonio, al menos hasta que se resuelva el pleito. Con estos mimbres tan sugerentes, Francisco Gallardo alumbra 337 páginas de una ficción histórica que, al estar basada en hechos reales, nos plantea un sinfín de preguntas a medida que avanzamos en su lectura. ¿Es cierto que una mujer de aquellos tiempos pudo desafiar a todo un teniente de Artillería? ¿Hasta qué punto la sociedad estaba de su lado? ¿Con qué armas pudo luchar el letrado a la hora de defender a su cliente?
Labor de orfebre
Y aunque el reto es laborioso, lo cierto es que Paco Gallardo consigue dar respuesta a todas estas cuestiones y muchas más, cubriendo las expectativas de los lectores e impulsándolos a continuar explorando el océano de nuestra historia, ya sea a nivel local, nacional o internacional. No obstante, esta no es la única virtud de Áspera seda de la muerte, cuyo breve prefacio ya es de por sí una novela. Junto a la clásica estructura, notablemente deconstruida a lo largo de sus nueve capítulos, el escritor hispalense despliega un arsenal de recursos estilísticos de primer orden. De este modo, muchos de sus pasajes nos permiten evocar la labor del orfebre, pues mima cada detalle y lo pule hasta hacer brotar la luz. Y si loable es la sintaxis, no podemos decir menos de la ambientación, cuyo aroma destila elegancia y verosimilitud a partes iguales. Aunque es quizás en el apartado científico donde Gallardo obtiene la nota más alta. No en vano, su profesión de médico le permite acercarse a la materia con ventaja, ofreciéndonos un retrato factible en el que no faltan algunas de las teorías más célebres del siglo XIX, despuntando el galvanismo. La obra, cuyo episodio final posee un tempo y una originalidad encomiables, se remata de manera brillante por lo inesperado, dándole aún más sentido a la frase de uno de los personajes: «España es incurable».