No me gusta escribir de wikipedia, sino de corazón y de impresiones propias. Ha muerto Rafael del Estad y de mi memoria te digo, y como modesto homenaje a la suya, te digo de mi memoria que llegó sin marketing, hecho a mano y a golpes de voz de enamorado. Un buen día de mediados de los ochenta, la gente de gusto y buscadores de exquisiteces como Elena Lanzas, me lo empezó a descubrir:
-¿Has escuchado a Rafael del Estad? -No, ¿quién es? -Mira, un tío nuevo que canta sevillanas, te paso una cinta suya, verás qué paladar tiene.
¡Vaya si tenía paladar Rafael del Estad! Y hondura. Cantaba las sevillanas como si hubieran llegado andando senderos de flamenco puro. Sus sevillanas hacían el camino del Rocío sentadas, quietas y serenas alrededor de las candelas de los grandes quejíos, pisando arenas largas de desiertos por soleares. Con poco se decía mucho, con una voz caliente y poco más que una guitarra, en estado puro de intimidad, bajo los pinos negros de la oscura noche con reflejos de velas de un simpecado. Cantaba con un sabor de luna y estrellas, entre requiebros de llamas y brasas ardiendo en añoranzas. Tenía olor y aliento de romero; y estaba llena su voz de un verde ceniciento de retama. Otras veces se iba poniendo poco a poco como un sol por el horizonte de la nostalgia, hasta dejar un tranquilo aroma de copas y albero de la tarde. Y también cuando se dejaba caer por la primera claridad del alba, rendida en melancolías tan propias de la madrugada, cuando de lejos te llega un beso de lentisco. Nadie como él sabía echar de menos.
Al poco de aquellas casetes, yendo de boca en boca -que es la mejor publicidad del artista-, ya estaba sobre el escenario del Teatro Imperial encabezando su propio espectáculo. Lo vi. Lo vi con El Mimbre bailando en desamores. Y Rafael del Estad erguido en señorío, como si cantara en bronce, hecho de los movimientos elegantes que tienen las estatuas, pero nada inerte, en constante soplo de vida en sus sentires, los que acababan siendo los nuestros. Ahí estaba su secreto: a Rafael del Estad le pasaba lo que a nosotros y a nosotros lo que a Rafael del Estad. Por eso ahora, cuando se ha ido lo mismo que vivió, entre dos orillas, damos el último adiós a un gran artista de las sevillanas, el que las cantaba intemporales, aunque no fuera la Feria. Él era más que una Feria, él era una vida, un año detrás de otro con todo lo que cabe en eso, porque hay que ver la vida que cabía en las sevillanas de Rafael del Estad, desde la primera a la cuarta. Hasta hoy, cuando pareció pedir tápame con tus manos, que tengo frío; cuando al ver la cara de Dios ha descubierto a quién agradecerle haber nacido en Sevilla, en la ciudad de los sueños, en el rincón donde viven el sol, la luna y el cielo. Hasta siempre, señor y caballero de las sevillanas, Rafael del Estad.