Mariani Molina la está liando, siempre fue lo suyo, en el buen sentido. Quiero decir que jamás pasó por una vida dejándola indiferente. La mía en concreto la revolucionó, como ahora va a formar la revolución con una cena que ha organizado para el miércoles congregando a la mejor gente del mundo de las sevillanas. Las confirmaciones de asistencia han superado con creces lo previsto. Es ya un éxito cantado -nunca mejor dicho-; cantado por sevillanas. Se sabe ya que van a acudir, entre otros muchos, El Mani, José Manuel Moya, Amigos de Gines, Requiebros, Isabel Fayos, Fely Perejón, Lola Triana, Almazara, Sandra de la Rosa, Enrique Casellas A las nueve de la noche en La Puebla del Río.
Yo conocí a la Molina a poco de lanzar mi primer disco. Necesariamente había que tratar en aquellos momentos a la Cadena Dial si pretendías la notoriedad en este país, decir que estabas en la decoración y te sumabas al difícil y selvático panorama musical, donde más que un micrófono a veces hay que llevar un machete. Y ella era una de las personas más relevantes en aquella Cadena Dial de la dirección nacional de mi entrañable Paco Herrera, de voces con tanto futuro como después demostraron: la de mi amiga Cristina Tárrega (un caso inolvidable y singular de tú a tú), la del incansable Rafa Cano, la de María Quirós en las madrugadas Y, cómo no, la estelar de Mariani Molina, quizás la más sugestiva, tan cálida que te hacía imaginar historias tórridas con la locutora. Tenía el susurro perfecto para presentar mis boleros. Cuando ahora escucho al GPS, con esa manera de hablar que parece que vienen curvas, me creo que es Mariani quien me está diciendo por qué nacional debo coger, o que en la próxima rotonda tome la segunda salida. Es la pura sensualidad indicándote carreteras. Mariani tiene un puntazo de voz, vamos, la de quien no había podido nacer para nada mejor que la radio. Más cercana, imposible.
Y Mariani se tomó mi aparición artística con un interés que yo le agradeceré siempre, tanto que la considero dentro de ese grupo que fue formando lo que yo llamaba mi clan, mi gente, la que me prestaba su más directa ayuda y se preocupaba verdaderamente por mí con un entusiasmo tal que parecía que eran ellos mismos los que se jugaban la posibilidad del éxito.
Pero Mariani se había propuesto sobre todo cambiar mi vestuario, modificar mi apariencia de cantante clásico, ser el revulsivo de una condición de origen más seria de lo normal, siempre con chaqueta oscura y corbata ante el público. A la Molina aquello no le cuadraba e intentaba ponerse en la piel de las mujeres y sacar la conclusión de que yo resultaría más interesante con una ropa desenfadada. Yo debía darle a Mariani un tufo de hermandad sacramental de Sevilla nada conveniente ni aconsejable para un artista que se estaba recorriendo el país entero con sus giras promocionales.
Creo que no le faltaba razón y empecé a echarle cuenta. Acabó con mis corbatas y la media etiqueta. Me dio el pasaporte hacia un público femenino jovencísimo, tanto que mi club de fans lo fundó una chica que apenas si tenía dieciocho años. Nunca, de por sí, he aparentado la edad; pero el atuendo más despreocupado e informal recomendado por la Molina fue absolutamente eficaz para mis actuaciones en directo.
Recuerdo especialmente un concierto con Los 40 Principales. Con mi estilo melódico, la propuesta de la Cadena SER me llenó de intranquilidad. ¿Dónde encajaba yo en la movida de Los 40 Principales? Temblaba cuando vi la que tenían organizada sobre un escenario roulotte y cientos de jovencitos agitando banderas de la emisora. Pero me llevé una sorpresa: conecté tanto con la gente que cuando iba a despedirme después de haber cantado mis canciones, los organizadores me invitaron a repetir algunas. Estaba ya claro que, además de con música, había estado bien cerca de los seguidores marchosos de 40 Principales. Mi camisa abierta y mi vaquero habían hecho lo suyo.
Nadie que no haya pisado el mundillo del espectáculo podría calcularse la de cosas que sobre uno mismo escucha el que saca un disco. Todos opinan sobre ti a tu alrededor: dirigentes de la compañía discográfica que se juega los cuartos contigo, jefes de promoción que deciden tu publicidad, mánagers, empresarios, cartelistas, diseñadores, fotógrafos, gerentes de cadenas de radio y televisión, periodistas, reporteros gráficos para volverse uno loco acosado por opiniones a veces muy dispares, todas de agradecer, por supuesto, pero también dignas de dejarte sin rumbo sobre quién eres. O el artista se adentra con un cierto criterio en ese laberinto de formas de verte los demás, o sucumbe en una maraña de consejos por los que termina sin saber cuál le conviene. Mi intuición femenina, una vez más, me asistió para fiarme de Mariani Molina: esa mujer maravillosa y guapísima a la que un día le tiró los tejos hasta el mismísimo Julio Iglesias, muy propio él siempre detrás de bellos rasgos exóticos; esa mujer encantadora que la va a formar el miércoles en La Puebla del Río, auténtica patria de la gente de las sevillanas que está convocada; esa mujer que me dice que donde huele a Sevilla, yo no debo faltar. Descuida, Mariani. Que además de donde huele a Sevilla, yo tampoco falto a darle un abrazo y un beso muy fuertes a una gran amiga como tú, eterna asesora de un cantante siempre lleno de ilusiones. Confirmo asistencia. ¡Ah! Como a ti te gusta, iré sin corbata.