La mayoría de nuestros políticos tendría un aprobado muy justo a la hora de hablar y debatir bien en público. Según Guillermo Sánchez, profesor de Habilidades Directivas, Técnicas de Comunicación y Negociación en ICADE (Universidad Pontificia Comillas de Madrid), los políticos españoles presentan importantes deficiencias en este terreno, entre las que destaca la insuficiente elaboración de los argumentos en los debates, el abuso del lanzamiento de acusaciones contra el adversario y el escaso uso del humor o la ironía en los discursos. Guillermo Sánchez ha realizado estas declaraciones durante el transcurso del seminario Hablar y debatir bien en público, del que es coordinador y que organiza el Centro Olavide en Carmona en colaboración con la Escuela de Alta Gestión Pública de Andalucía, la Diputación de Sevilla y Cajasol. La voz de nuestros políticos es otro de los aspectos que habría que mejorar, en opinión del profesor: Aunque la mayoría tiene buenas voces, no las emplean con toda la potencia de la que podrían hacer uso. El presidente Zapatero, por ejemplo, tiene muy buena voz, pero no la utiliza bien, puesto que se traba mucho, hace muchas paradas, hasta que encuentra la palabra adecuada pasa bastante tiempo con lo cual tendría que mejorar en este terreno. Con respecto a los políticos españoles que llegarían al notable alto, Sánchez apuesta por Xavier Arzalluz, Felipe González, Alfredo Pérez Rubalcaba, Julio Anguita o Juan María Bandrés. Por otro lado, también muestra sus gustos por la oratoria de Leopoldo Calvo-Sotelo, al igual que por Loyola de Palacio, que era una mujer que tenía mucho empuje y garra, puntualiza. A José Borrell también lo considera excelente, aunque señala que es más conferenciante que mitinero. Lo normal es que los políticos españoles fueran de notable alto, pero la realidad es que la mayoría son de un aprobado muy justo, como Zapatero o Aznar. Mariano Rajoy depende del día, asegura. Una de las personas a las que suspendería es a Isabel Teruel, una parlamentaria de las Cortes de Aragón, por mencionar un caso muy llamativo, que duró un día como portavoz de la Comisión de Cultura y Deportes, porque el discurso que dio fue penoso. Con respecto a los rasgos que debe tener un buen orador, Guillermo Sánchez piensa que, ante todo, debe tener una actitud de ofrecer, no de pedir: Debe tener muy claro que tiene que dar algo y no esperar del público: Voy a ofrecer conocimientos, contenidos y no esperar la benevolencia del auditorio. En cuanto a las habilidades, tiene que tener un tono de voz agradable, una velocidad de voz entendible y un volumen de voz audible. En referencia al aspecto no verbal, también debe saber manejar el espacio, hacer gestos firmes cuando la situación lo requiera o suaves si necesita transmitir tranquilidad o cariño. Asimismo, tener un orden de los argumentos muy claro y poseer variedad en el lenguaje es esencial. Con respecto a la comunicación no verbal, destaca el uso de las manos al ser el elemento que más se ve a la hora de hacer un discurso y que afecta todo el cuerpo. Además, manifiesta que cuando se utilizan las manos, la voz cambia y se hace más enérgica. Sin embargo, cuando no las usamos, nuestra voz es mucho menos expresiva.
Para combatir el miedo escénico a la hora de dar un discurso en público, manifiesta que los nervios pueden ser un buen aliado, siempre que los sepamos acompañar. Sin embargo y en su opinión, lo mejor de todo para luchar contra el estrés que puede generar esa situación es tener un discurso muy preparado, hasta tal punto que casi consigamos olvidarlo: Lo peor que se puede hacer es pensar cosas como ya llegaré allí y veré lo que digo. Si no nos ha dado mucho tiempo de prepararlo, lo mejor es observar el lugar y el auditorio en el cual vamos a impartir la charla para tenerlo todo controlado. Si no nos da tiempo y tenemos que llegar y hablar, podemos realizar varias respiraciones profundas antes de empezar, algo que puede ser muy útil, además de beber agua para que la garganta no se nos seque. El mantener un pequeño silencio inicial antes de empezar también es esencial, puesto que el que controla el silencio también controla la palabra. Si empiezas tranquilo, lo más seguro es que acabes bien, finaliza.