Aquella noche bebimos una cervecita más de la cuenta. Tras saltarnos un semáforo, la Policía Nacional nos mandó parar y, tras breves segundos con nuestro DNI en su poder, sabían que ninguno de nosotros teníamos antecedentes. Las multas por las copas y el semáforo, eso sí, tuvimos que pagarlas.
Este procedimiento tan sencillo es una utopía en los pasillos de los juzgados de la Justicia española. En una sala se está procediendo a la vista que, incomprensiblemente, el juez de la sala de al lado desconoce por completo. Para saberlo, debe valerse de la intuición; y, si acaso, encargar al funcionario correspondiente que acuda a la sala de al lado por la información.
Si el funcionario no lo considera una incoveniencia, leído y estudiado al punto su convenio colectivo, saltará entre los montones de expedientes que se hacinan por los pasillos del vetusto y descuidado edificio intentando averiguar algo sobre el recado del magistrado.
Imaginemos un juicio ético y moral del caso, desde lo laboral hasta lo familiar, pasando por lo político. Un juicio donde todos los actores del «caso Mariluz» sean susceptibles de culpabilidad. O mejor dicho, de responsabilidad. Demasiados matices, ¿verdad? Demasiados como para ajusticiar socialmente a una sola persona. ¿Por qué ocurrió? ¿Es ésta una pregunta con una única respuesta?
Ocurrió porque el Gobierno español incumple sistemáticamente sus promesas sobre la renovación y dotación en recursos humanos y materiales de la Justicia española. Y en los materiales entran los inmuebles, vergonzosamente conservados como reliquias de un pasado muy lejano, casi de literatura romántica. Ocurrió porque los juzgados a veces están en edificios donde el agua fácilmente alcanzan los expedientes desparramados por el suelo.
Ocurrió porque un juez español no tiene los recursos necesarios a su alcance para cumplir adecuadamente con sus obligaciones. Ocurrió porque ese juez no cumplió, en este caso, con su obligación; no cumplió como en estos momentos en que lees esto está pasando con miles de casos en toda España. Lo que ocurre, afortunadamente, es que no todos tienen el luctuoso desenlace de la vida de la pobre Mariluz.
Ocurrió porque un padre y una madre dejaron marchar sola a una niña de 5 años a la calle, en un barrio que esa familia mejor que nadie conoce. No lo olvidemos. Un barrio de Huelva donde hay más supermercados de drogas que de alimentos. ¿Quieren dar un paseo por allí? Un barrio ideal para que un monstruo como Santiago del Valle pueda camuflarse.
La cacería
La plebe necesita venganza, aunque clame Justicia. Es venganza lo que necesita. Y el Gobierno lo sabe. Por eso, incomprensiblemente, no evitó el penoso regreso del presunto asesino a los juzgados de Huelva, para que la caterva pudiera lanzar piedras y purgar sus penas y sus culpas. Qué hermosa imagen ofreció Huelva en aquellos días.
Cazado el presunto asesino - eso es Justicia- , el pueblo sigue sediento de venganza. Y como el ministro de Justicia lo sabe, necesita un sacrificado que presentar al pueblo, un Jesús que haga olvidar a Barrabás. Una víctima - no tanto, ni mucho menos, como la malograda Mariluz- de la situación que padece la Justicia española. Una víctima de lo que la Administración no parece decidida a solucionar. Una pantalla que tape la realidad de lo que debiera ocurrir: que el titular gurbenamental de Justicia se vaya a casa. A otras cosas, pero no a administrar la Justicia española.
Mal asunto la cacería del juez Tirado Márquez para la Justicia española. Los gerifaltes de la Administración ya saben que, pase lo que pase, es suficiente con poner la diana en la frente del juez de turno y asunto solucionado.
Que el presidente del Gobierno reciba cuantas veces sea necesaria al padre de Mariluz. Que la turba se aposte cuantas veces quiera, armada de piedras y desahogos, ante los juzgados para mostrar al mundo cuán rancia y trasnochada es nuestra justicia moral colectiva. A pedradas, como en Afganistán. Que el "perverso" juez Tirado Márquez haga olvidar a De Juana Chaos, por ejemplo, claro paradigma de cómo la Justicia, cuando conviene, se adapta a las estrategias de la política.
El juicio
El juez está siendo juzgado. Por los medios, por los políticos, por los ciudadanos de a pie, por los tertulianos y por los líderes de opinión. Parece que la mayoría de quienes se han pronunciado hasta ahora mismo apuestan por una mayor sanción al juez Tirado Márquez.
Puede resultar medianamente comprensible que cada cual tenga su alineación titular para la Selección Española. Pero que toda persona no capacitada para ello se crea con la autoridad suficiente como para cuantificar la sanción al juez Tirado Márquez es preocupante. Porque, en realidad, muy pocos son los que saben cuál ha sido el yerro del togado. Pero todos nos imaginamos la sanción que le pondríamos. Da igual cuál fuera el error. El caso es quedarnos a gusto. Como con un concursante de Gran Hermano.
Y lo más grave: ni siquiera se contempla la posibilidad de que el juez Tirado Márquez pueda defenderse. Y lo hará. Sin duda que lo hará. Y ojalá sirva para poner en evidencia lo que debe ser puesto en evidencia: que el sistema judicial español está en ruinas. Pero con el sambenito de «convicto» que hemos colocado sobre su toga, será complicado. El Gobierno, el presidente, el ministro de Justicia, me temo, lo tendrán más fácil para irse de rositas de este asunto.
Y el padre de Mariluz, que flaco favor le hace a su hija y las potenciales víctimas de esta monstruosidad de seres responsabilizando a una persona de lo que ha ocurrido. Porque no es así, porque son muchas personas, muchas administraciones, muchos cargos políticos y algún que otro puesto de funcionario los que han contribuido al triste final que todos y todas conocemos.
Esto puede parecer una greguería: el juez Tirado Márquez es una persona. Y como persona no está tranquila cuando le ocurre algo como esto. Nadie podrá imaginar lo que está pasando como persona y como profesional. Y lo que pasan sus hijos, cuando van al colegio. Y lo que pasa su esposa, cuando acude al trabajo. La sensación de ser juzgado cada minuto, cada segundo. Nada comparable con lo que Mariluz y su familia han pasado y están pasando. Pero, ¿por qué hay que competir a ver quién lo pasa peor? ¿Acaso nuestro sufrimiento no es siempre el mayor? ¿Le preguntamos a nuestro vecino cuál es su mal para calibrar el nivel del nuestro?
En toda esta historia, quien más ha perdido es Mariluz. Y mucho nos tememos, visto lo visto, que no es en ella en quien más se piensa cuando se opina y se dice sobre esto o sobre lo otro de este caso. Y eso es una aberración moral que, entre todos y todas, debemos evitar.
Como se debe evitar que haya otro «caso Mariluz». Y como todos sabemos, con la crucifixión del juez Tirado Márquez será suficiente para que no vuelva a ocurrir, ¿verdad? El escarmiento como paradigma de la Justicia. No sé cuántos siglos atrás retrocedemos, pero es desalentador comprobar cómo somos incapaces de encontrar soluciones y tomamos la terrible trocha de la revancha y el escarmiento.
DMH Comunucación: para alminutopress.com