Hay artistas que son libres por encima del hombre y del hambre. A José Soto Soto, nacido en 1955 en la jerezana calle de la Merced, su paciencia y su libertad creativa acabaron por convertirle en José Mercé. Fue un proceso lento en el que compaginó el cante con mil trabajos mal pagados. Finalmente, triunfó gracias a una voz que tiene planta, poderío y compás. Formado a la vera de grandes maestros del flamenco, Carlos Saura le fichó para «Bodas de sangre» y «Flamenco». A pesar de la fama, jamás pierde su sonrisa ni su posado socarrón: con ellos pasea estos días por toda España su último trabajo, «Confí de fuá».
Es usted un verdadero número del flamenco
Bueno, no exagere, cada uno hace lo que buenamente puede.
en el top manta sevillano.
¡Ja, ja, ja! Eso tiene su parte mala: pierdes dinero. Y su parte buena: saber que la gente de la calle te escucha.
Hay quien quiso nombrarle el heredero de Camarón de la Isla.
Lo agradezco, porque fue el genio del flamenco del siglo XX. Pero la verdad es que yo voy por otro camino. Parece que a algunos les da morbo asimilarme como su sucesor.
Usted, como él, es un innovador. ¿O es que sigue siendo pecado modernizar el flamenco?
¿Pecado? ¡Entre flamencólogos y flamencólicos, el mundo del cante no quiere evolucionar! Pero yo considero que es necesario asumir riesgos, aunque te equivoques. La monotonía es muy mala.
A este paso acabará hablando de Internet en sus seguiriyas y la vamos a liar.
Me parece maravilloso cantar sobre aquello que estamos viviendo. Los cantantes somos como bardos.
Nuevo disco. - Supongo que tiene razón: Javier Ruibal hace algo parecido y gusta muchísimo.
Javier Ruibal es un cantante de una calidad fuera de serie: un auténtico genio cuya obra debería ser mucho más conocida. Y, como yo, él también intenta conseguir que los jóvenes se acerquen a las músicas de raíz.
¿Acaso es usted un pedagogo del flamenco?
¡Ja, ja, ja! ¿Un pedagogo? Ahora que lo dice, me gustaría, porque los jóvenes son lo que más me llena. Me gusta ponerles en contacto con sus raíces. Sin ellos, ¿qué futuro le espera al flamenco?
Siempre nos quedarán los «fans» japoneses. ¡Son legión!
Tiene razón. Me he preguntado el por qué de esa afición tan fuerte desde la primera vez que visité Tokio, en 1974. Lo más sorprendente es que lo hacen muy bien, con mucho arte y sentimiento. No me lo explico, porque mire usted que es una cultura bien distinta de la nuestra.
Los catalanes también somos muy nuestros y a muchos nos chifla el flamenco.
En octubre probablemente actuaré en el Liceo. ¡Es una ilusión que tengo desde hace años! Estoy preparando un nuevo disco: quizás lo presente allí.
Bueno, pero prométame que cantará «Te recuerdo Amanda».
Es una canción muy hermosa que dice mucho en muy pocas frases. A su autor, el pobre Víctor Jara, le mataron por cantar por la libertad. Éste es mi homenaje.
Usted se ha criado a la vera de gentes comprometidas, como Antonio Gades.
Ha sido uno de mis grandes maestros. Antonio era un hombre muy especial, que vivía para la danza. Era artista sólo en el momento de subirse en el escenario; fuera del mismo era un tío de a pie.
Además de sus padres putativos, viene usted de una familia de cantaores.
Los genes pesan. Y yo tuve la suerte de nacer en el seno de una dinastía del flamenco. Mi bisabuelo, Paco de la Luz, ya cantaba seguiriyas en el siglo XIX. Eso te obliga a esmerarte más.
Y luego está su tío José Manuel Soto, El Sordera.
Otro monstruo. ¡Qué arte! Por suerte, he podido independizarme de mi familia, profesionalmente hablando.
¿Qué le parece que se pongan de moda otra vez los cantes de ida y vuelta?
¿Lo dice por Lágrimas negras? Son unos palos muy hermosos. Pero el flamenco es eterno. Es música de la calle, del pueblo y para el pueblo. Huyo de la palabra moda como de la peste.
Dicen que también rehuye el artisteo.
Pues, sí, no lo puedo vivir. A veces uno se encuentra muy mala follá. Cuando termino mi trabajo, me gusta relacionarme con la gente de a pie, que es mi gente. El famoseo no conduce a nada. Nadie es más que nadie y eso es algo que espero que, tarde o temprano, todos acabemos entendiendo, porque viviremos mejor.