Desde la Madrugada del 2000 las medidas de seguridad se vienen tomando en ese punto justo que nos tranquiliza y, a la vez, nos crea dificultades para seguir los itinerarios de las cofradías, convertidos en continuos vallados que aíslan las zonas más céntricas por si necesitaran una inmediata evacuación. Hay mucha gente; yo entre ella, por supuesto. Con todo, la Semana Santa sigue dejando resquicios para contemplarla desde una ensoñación que nadie podría invadir, en un lugar del alma donde aún se puede rezar sin apreturas y cobijado en un escondite ilocalizable de la emoción de cada uno. Todos los años la sueño en sus vísperas de la mejor manera posible: limpia de papeles que tiraron, intacta de empujones, liberada de torpes que no saben moverse en las bullas, sorda de aplausos inoportunos, muda de idiotas que no se callan cuando hay que callarse, vacía de quienes no guardan la compostura, y desprovista de la arquitectura inculta que no la acaricia. O la última estúpida adquisición: el silbador de marchas mientras las tocan.
Me cuentas que un conocido hace gestiones estos días para conseguirte que veas desde el atrio de la Basílica la salida de La Macarena. Donde te vas a meter, vida mía
Tuve la suerte de conseguir eso mismo durante muchos años gracias a un hermano mayor inolvidable que se llamó José González Reina. No creas ni te esperes que decirte esto significa que te lo vaya a contar. Y no te voy a decir la frase hecha de que no hay palabras, porque sí las hay y muchas pero yo no sé decirlas. Sé que te gustan mis cartas, pero no me lleves hasta ese aprieto, no me dejes al relente y en entredicho después de conseguir tantas veces tu admiración. No me tires por tierra tantas letras, tantos pensamientos. No me dejes hueco ni vacío de expresiones. No me descubras inútil ante los demás ni ante ti misma. Ten cuidado con lo que haces, chiquilla. No me anuncies estas cosas, que se entera la vanidad y no hay quien la sujete. Que la osadía se dispara. Que la soberbia no tiene límites por el hecho de saberse haciendo cumplir unas cuantas reglas de gramática parda. No me empujes contra las cuerdas, preciosa. ¡Cuidado! ¡Que me estás hablando de La Macarena!
No tengo tantas fotografías como cosas he hecho. Esta es una regla normal que se da en la vida de cada cual. No llevamos pegado un reportero a cada paso que damos. No somos Madonna y tampoco había llegado la costumbre, como pasa ahora, de que hasta los móviles hacen fotos sin parar de todo lo que se mueve lo más mínimo. Pero soy consciente de que, tratándose de una vida artística, a muchos les parece inconcebible que ciertos momentos y determinados encuentros con famosos no quedaran en la impronta de una cámara. La verdad de esto es que yo tengo una incapacidad natural para llevar la mentalidad de hacerme fotos con personajes célebres, como quien va coleccionando la vanidad de mostrarlas después, de hacerse el importante por haber posado junto a los que realmente lo son. Sé íncluso que se hicieron fotografías en las que aparezco con gente muy popular y no volví a preocuparme porque me las dieran. Algunas hubieran sido entrañables de conservar, como las que deben rodar por ahí junto a Sofía Mazagatos en una merienda particular en la finca de los Oriol, y donde ella se partía de risa con mis ocurrencias
ESTELAR JUANA REINA
(continuación)
Me quedé escribiendo el otro día en el momento justo para dirigirme al salón y afrontar mi papel de yuppie asesino. Acababa de encontrarme con doña Juana Reina en la situación más inverosímil que yo, desde luego, nunca hubiera sido capaz de imaginar. En su propia cocina estando la genial artista preparando la cena a su marido, el gran Caracolillo. Y yo de aquella guisa, en batín y zapatillas, nada que ver con lo ceremonioso de haber celebrado años antes la entrevista para la publicación que dirigía, en una cita previamente acordada con Caracolillo y en la que todo había de discurrir -y discurrió- meticulosamente cuidado ante la estrella de la copla. Pero el destino traza los acontecimientos a su gusto, no al nuestro. Y de saberlo, de haber tenido una bola de cristal por la que se mirara en el futuro una realidad nada asimilable hasta ocurrir verdaderamente, hubiera sido tan desconcertante como increíble haberme despedido aquel año, en el despacho del Estudio de Danza de Caracolillo, dici