Lágrimas de San Pedro en el cielo de Sevilla
La solemnidad de San Pedro y San Pablo que celebramos cada 29 de junio es una de las más importantes y populares de toda la cristiandad, conmemorativa de los martirios en Roma de Simón Pedro y Pablo de Tarso. No en vano san Juan Pablo II subrayó en su encíclica Ut Unum Sint el carácter ecuménico de esta fiesta, en la que católicos y ortodoxos reconocemos la trascendencia evangelizadora de tan importantes apóstoles.
Las palabras de Jesús lo dicen todo: «Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo». El rudo pescador siguió al Maestro, le negó tres veces, lloró por ello y acabó siendo probablemente el mayor pescador de almas de la historia del cristianismo. Primer Papa y obispo de Roma según la tradición murió crucificado en esa ciudad, siendo sepultado donde siglos después se construyó su Basílica.
Por su parte Saulo Pablo fue un enardecido perseguidor de los cristianos a los que martirizaba hasta la muerte, que no conoció personalmente a Jesús de Nazaret pero a quien se le mostró resucitado y ello causó su repentina conversión. Bastaron unas pocas palabras cuando cabalgaba hacia Damasco: “— Saulo, Saulo, por qué me persigues ? — Quien eres tú, Señor ? — Yo soy Jesús, a quien tu persigues”. Ese diálogo fue suficiente para que cayese del caballo, se convirtiese en cristiano perseguido y predicase la Palabra como apóstol de los gentiles.
Es una festividad conjunta que recuerda el ejemplo de dos apóstoles y mártires fundamentales en el devenir de la Iglesia: fe humilde, pétrea e insobornable de quien sería el primer Papa y talante erudito del gran discípulo converso, ambos claves en los inicios de la evangelización. Tantos siglos después todos somos beneficiarios de lo que ellos hicieron.
En muchos pueblos y ciudades de España se celebran ahora fiestas en su honor, pero en Sevilla se solemniza con especial énfasis y peculiar manera: tres largos repiques de gloria de todas las campanas de la Giralda seguidos de las Lágrimas de San Pedro hacen presente la universalidad de la Iglesia, en torno al primer Sumo Pontífice y sus sucesores hasta Francisco.
El primer repique general se produce justamente en la medianoche anunciando la solemnidad del nuevo día, continuando con los lamentos de doce toques de cornetas que evocan las lagrimas vertidas por Pedro tras negar tres veces al Maestro. Tres inconfundibles clarinazos en la noche sevillana, que con espiritual cadencia se repiten seguidamente por las otras tres caras del campanario catedralicio, anunciando un año más tan importante festividad.
La banda del Sol repetirá doce veces ese mismo toque tras la amanecida y luego más tarde otra docena al sol fuerte del mediodía, sumando así los treinta y seis lamentos que desde el siglo XV se vienen suspirando al cielo cada 29 de junio en el cuerpo de campanas de la Giralda. Aseguran que sonaron por vez primera en 1410, cuando el Infante don Fernando regresó a Sevilla tras conquistar Antequera. Las interrupciones y recuperaciones habidas confirman que es una antiquísima tradición, ahora mantenida continuadamente desde hace ya más de tres décadas.
Treinta y seis lágrimas en total que son quejidos de clarines que suenan a historia, nostalgia y gratitud por la fe heredada. Tantas lágrimas conforman un autentico llanto de San Pedro en el cielo de esta bendita Sevilla, que al llegar cada verano renueva esa peculiar conmemoración que, de hecho, es un autentico patrimonio inmaterial más de la ciudad.
Escribió Antonio Burgos que esas lágrimas desde la Giralda son “una de esas horas de gozo, secretas, íntimas, que brinda Sevilla de tapadillo a sus amantes y que no olvidas más, como un beso furtivo de mujer”. Exactamente así es. Una vez conocidas las Lágrimas de San Pedro nunca se olvidan, porque saben a beso de mujer llamada Sevilla.
José Joaquín Gallardo es abogado