
Mi Navidad era la carne de membrillo que traías a casa, padre, en una caja de madera. Y las frutas confitadas de colores que recogías en casa Clemente, ese hombre bueno que te acompañó en la vejez. Éramos más pobres, pero más felices, aunque quizás no lo supiéramos. Eso es lo que ocurre que se es dichoso sin saberlo.
Mi Navidad huele a patio blanco, con las hojas húmedas de la maceta verde. Al frío del mármol, antes de entrar en la gloria de albahaca de la camilla. El cisco era el incienso del invierno siempre cubierto con un papel de plata Niño, no juegues que te vas a quemar. Mi Navidad huele a timbre de la cancela llamando para los aguinaldos. El varillero, el zapatero, el fontanero, el basurero, el carpintero, siempre hay más monedas en la casa, donde no sobra. Niño baja y dáselo. Bajaba uno raudo las escaleras a darle a aquellos hombres de humilde indumentaria algunas monedas, algunos duros, cincuenta pesetas, algún billete de cien si el campo había otoñado bien y las aceitunas habían rodado en abundancia por las mesas de cogida. Mi Navidad huele a polvorón de casa Angelito. A turrón duro, demasiado duro para los menudos dientes por hacer. La vida era blanca, cuando madre y tú, padre, erais eternos.
Mi Navidad era el frío glacial de la parroquia de San Lorenzo mientras el párroco, el cabello encanecido, la vieja casulla dorada del diecinueve, peroraba en latines. Y sonaba el órgano de Bécquer, lo tocaba un maese Pérez que no era el del convento Santa Inés. ¿Tocaría música de Eslava? Poco importa que no fuera esa música, que no fuera exactamente así, da igual, así la recuerdo y así es. No toquéis la sagrada memoria de un niño. Mi Navidad era de madera y serrín. De figuritas en el nacimiento, esos eran los romanos, unos hombres malos que querían matar a Dios. En la accesoria, madre ponía el belén más hermoso del mundo. Mi Navidad no era de plástico, de vatios ni de poliuretano. Mi Navidad no tenía más luces que las desnudas bombillas del zaguán de los azulejos trianeros. Mi Navidad era la nieve que nunca caía en la plaza de San Lorenzo ni en la Alameda aquella de los Hércules, que alguien dijo que eran héroes de tu ciudad. Sabéis bien, madre, padre, que mi Navidad era un soñado tiempo blanco que acababa con los Reyes Magos comiendo mantecados y bebiendo coñac en el comedor. Mi Navidad era yo antes de mí.
Que tengáis una entrañable Navidad y que llueva mucha paz en Gaza y Ucrania.

