Médico y escritor
Cuando cierra una librería, lloran los libros. Y sus personajes. Hasta Dulcinea se pone triste. Don Quijote se inquieta, no sabe si podrá salir otra vez a confundir molinos. Alicia se duerme y no despierta más. Ni la Reina de Corazones. Ni la Liebre de Marzo. El barco ballenero Pequod se queda varado en un océano sin agua. El capitán Ahab ya no divisará jamás a Moby Dick. Ni llamará a Ismael, llamadle Ismael, para que disponga los arpones. Juan Marsé no contará más la historia del charnego Pijoaparte, un maquis del Guinardó, el terror de las niñas burguesas de Barcelona. Jack Kerouack deja de estar en el camino, de ser hippie, ingresa en el silencioso asilo de los olvidados. Adelaida García Morales, ay, ya no regresará nunca más al Sur. Carmen Laforet se dormirá en el sopor de una cruenta posguerra. Neruda no escribirá los versos más tristes esta noche. El viejo Unamuno no se encrespará más con Millán Astray. Pío Baroja, el escritor más cascarrabias del mundo, perderá la boina negra a la vuelta del camino. Y Antonio Machado no regresará jamás al patio del limonero, ni a Baeza, donde al amor, ni a Soria, donde el olmo hendido por el rayo, ni a Conlliure, ay, donde llevaba guardada la infancia en un papel en el bolsillo izquierdo de su abrigo.
Postdata: Mi entrañable librería “El Gusanito Lector” de la calle Feria ha cerrado los ojos. Cuando cierra una librería, muere tanta vida…