La comunidad saharaui de Rota es muy combativa…y numerosa. La entrada y la salida del pueblo con ellos fue ruidosa y alegre. Tuvimos, además de policías con uniforme, toda una cohorte de mujeres con melfas de colores que no cejaron de gritar ni un momento y de hombres con derrás, así dice la RAE que se llama su vestimenta típica. Eso sí, ellas además de gritar combativas semejaban los numerosos carritos de los bebés que aseguran la continuidad de su pueblo. Con alguna excepción, el cuidado familiar en el exilio sigue siendo femeninos entre la comunidad saharaui. Triste papel asignado a mujeres tan valiosas que resisten como Sultana en los territorios ocupados y que se enfrentan a la represión y la tortura o que desactivan minas en la franja.
Salimos de Rota bajo la severa tutela de la Guardia Civil que no entiende de permisos y nos obliga a caminar por el arcén, Durante los primeros kilómetros, hoy serán casi 20, bordeamos la base militar norteamericana. De utilización conjunta dicen pero los aviones que despegan para llevar la muerte a otros puntos del mundo no llevan mercancía bélica nacional. Los caminantes saharauis no olvidan, tampoco un servidor, que junto las infames dinastías relees de España y Marruecos, los EEUU fueron la tercera pata de la traición que les robó su patria y aún hoy apuntalan con su respaldo los deseos de ocupación de Mohamed VI, alias “Mohamed, capullo, el Sahara no es tuyo”.
Nos acompañó al principio un poniente agradable que facilitó los pasos pero que se ausentó en cuanto en la lejanía de adivinaban las torres carcelarias de las prisiones portuenses. La albariza le ganó el lugar a la negra tierra de labor y el calor del asfalto volvió por sus fueros. Cuando solo nos rodean viñas u olivos jóvenes se callan los gritos, aunque se conteste con el puño levantado a la solidaridad de algunos conductores. Las charlas se vuelven de a dos, amables e intensas, y la marcha se estira y se encoge como una goma. 12 minutos por kilómetro en el mejor de los casos y alguna parada junto a los coches de apoyo para hidratarse. Hace falta.
Los últimos tres o cuatro kilómetros se hacen en coche. La única alternativa es una autovía superpoblada de las familias que buscan las playas de Rota y Chipiona. Es una locura seguir en los arcenes.
“Llega a Jerez, la marcha saharaui”. Las terrazas abarrotadas. Yo no parezco haber miedo al COVID19 pero la marcha sigue llena de mascarillas. Los ojos de las y los marchantes parecen más profundos sobre la telilla azul de las máscaras. Jerez se sorprende de ver ocupadas las vías de su ocio por la gente del desierto pero sonríe y en algunos casos aplaude.
Luego, en el patio del ayuntamiento, se celebra la acogida y la ceremonia de la tierra. Portamos una vasija donde hemos depositado tierra del Sahara y de los campamentos y en cada etapa las asociaciones del lugar la enriquecen con un puñado de tierra local. En Jerez es tierra de la barriada del Chicle, no podía ser de otra forma. Allí se asienta la mayor parte de la comunidad que nos ha recibido jaranera y vociferante. “Tierra con tierra y sangre con sangre” ` grita poética y agorera una mujer saharaui a mi poética yisma mujer que mueve los pies y los brazos rítmicamente para bailar cuando acaba, en la plaza aneja, la danza de los comunicados.
La Marea Violeta de Jerez reflexiona sobre el papel de la mujer saharaui en su estado de exilio sin tierra y en su lucha. Interesante. Creo que ellas comparten este dolor mío del principio y desean para la nueva mujer saharaui, como Habiba, un papel que augure otro presente y otro futuro.
Es la hora de acabar la fiesta y de ir a dormir. Las piernas duelen ya. Protestan. Pero el amor es más fuerte.