En Puerto Real, ayer, la bandera saharaui saludó el atardecer desde el mástil de honor del Ayuntamiento. Para un pueblo, el saharaui, al que se la ha robado hasta el derecho a izar su bandera, ver ondear su enseña en mástiles oficiales debe ser como si dieran un paso más en su sueño. Así fue.
A la mañana siguiente, engrasando las rodillas aun dormidas por los caminos de salida con la policía local abriéndonos el paso, tuve el honor de compartir la pancarta de cabecera con Habiba. Tiene ojos y cuerpo de niña, pero cuando empezó a hablarme de las tristezas de la guerra que habían tenido que retomar, la cantidad de jóvenes que habían dejado la Universidad en tantos sitios – España, Argelia, Cuba, etc.…-para tomar las armas por su pueblo, maldije para mis adentros el futuro. Cuando supe que eran las mujeres las que se dedicaban en las tareas de detección y desactivación de minas en el Sahara Liberado, su figura se me agigantó. Días atrás, me afanaba yo en explicarle a una sobrina de la misma edad que Habiba, y que preparaba exámenes de historia del Bachillerato, qué era aquello del bloque fascista en España durante el 36 y quienes eran las potencias fascistas en Europa y en el mundo. Habiba y mi sobrina me parecían seres de diferentes galaxias. Un pueblo en resistencia y rebeldía genera mujeres mucho más despiertas.
En cuanto llegamos a El Puerto, tras una agradable ruta por Los Toruños, supimos que llegábamos a un sitio diferente. Ya no había escolta. Ya no teníamos derecho de manifestación según nuestra administración local. La Policía Local no tiene pantalones para patrullar y las manifestaciones – ya sean de pensionistas o de gente solidaria con El Sahara – tiene que jugarse el tipo para ejercer sus derechos. Tuvimos que ocupar la carreta para seguir marchando hacia la ciudad. La Policía Local no tiene pantalones y el equipo de gobierno solo está para reunirse con los empresarios de norias y espectáculos veraniegos. Si no hubiera intervenido la Policía Nacional, aquello podría haber acabado en drama. Pero no, era emocionante recibir los golpes rítmicos de bocina que anunciaban la solidaridad de los conductores y las conductoras… que venían de frente. La cola que llevábamos detrás opinaba de otra forma.
En El Paseo de La Victoria nos envolvió el cariño de las familias locales y de nuevo sentimos el desprecio con forma de ausencia del Gobierno Municipal. Estaban muy preocupados por esquivar la piedra de la reprobación del pleno. Pero la reunión terminó y no le vimos el pelo ni a German ni a muchos y a muchas más. Es el único equipo de gobierno que hasta hoy nos ha negado una muestra de cariño. Será que no quieren pobres en su término.
La ausencia de la Policía Local – no tiene pantalones- se repitió por la tarde y a pesar de la nueva aparición de la Policía Nacional, el atasco fue infinito en la Avenida de Fuente bravía.
La llegada a Rota nos devolvió la sonrisa. La comunidad saharaui local, las asociaciones solidarias y los bravos pensionistas locales escoltaron nuestra entrada por las calles. Nos llegaban las sonrisas y los aplausos desde las aceras. Y la Policía Local de Rota, que llevaba pantalones como toda la vida, nos acompañó en todo momento.