La COMUNIDAD de el Convento Santísimo de Nuestra Señora Santa María de Regla, del Orden calzado de los ermitaños de Nuestro Padre San Agustín de la Observancia, situado extramuros de la villa de Chipiona, en vista de lo mandado por el Ilustrísimo Señor Gobernador del Consejo, y a pedimento de las Justicias de dicha villa, que se dirige a exponer individualmente lo acaecido en el terremoto, que se experimentó el día 1º de noviembre del presente año de 1755, certificamos lo siguiente:
En el citado día 1 de noviembre no se advirtió novedad alguna desde el amanecer hasta las 10 del día por estar el tiempo sereno, y el día pacífico, el mar quieto y sosegado, viento Norte poco sensible. Mas, siendo como las 10 de la mañana, hallándose esta Comunidad en su coro alto cantando solemnemente la hora de tercia, se empezó a sentir que el coro, y la Iglesia, se balanceaban con extraño movimiento y éste, tan perceptible en la vista, que facistol, lámparas de la Iglesia, candeleros de el altar, y todo el templo se estremecía y movía a modo de una cuna, de un costado a otro costado, que miran a el Norte y Sur.
Se advirtió ser un terrible terremoto, y aunque en todos causó el correspondiente susto, y se entró en el recelo de que se desplomase todo el edificio, que [es] de cantería, sobre todos nosotros, faltó la libertad para desamparar el coro, ligados todos de un mismo superior impulso, y llenos de la más segura confianza en el Patrocinio de Nuestra Santa Imagen, que estaba patente a la vista en su majestuoso trono. Al punto nos postramos todos de rodillas, y esforzando nuestra devoción, seguimos con la mayor constancia la hora canónica.
Duraría el temblor como de diez a doce minutos y, conocida la restitución que hizo la tierra a su pausa, y quietud natural, volvió la Comunidad a tomar sus asientos, reconociendo cada uno la Piedad Divina, y el Patrocinio de María Santísima de Regla, Nuestra Señora, que nos libraron de el estrago amenazando con tanta felicidad que no se experimentó el menor daño en todo el recinto de el convento.
Se cantó la misa conventual sin el menor recelo, y concluida, se cantó la hora de sexta; sobre el fin de ésta, que serían como las once y cuarto, se oyó un espantoso bramido de el mar, y se vio que se elevaron tanto las olas, que arrojándose con violencia las aguas sobre el citado baluarte, y sobre las barrancas del el convento, arrollaron a un artillero, que estaba en él (el que no padeció daño alguno, por haber invocado el patrocinio de Nuestra Santa Imagen), y cayeron sobre las paredes de el convento, y corriendo por sus fosos inundaron la Iglesia y cercaron sus 2 costados hasta introducirse por la puerta principal de los Patios, que mira a el Levante.
Sorprendidos de este no previsto impulso de el océano, algunos religiosos que estaban fuera, y dentro de el coro, huyeron con aceleración a los campos, manteniéndose otros en el mismo coro.
El Prelado, sin perder el ánimo, convocó su Comunidad a tañido de campana, y volviendo a el convento los que huyeron, se vistió el Prelado de Preste y tomando la reliquia de el Lignum Crucis salió formada la Comunidad con cruz y cirial a el altar mayor, donde comenzaron las letanías mayores y salimos procesionalmente a las inmediatas barrancas, donde está el baluarte y capillita, en que estuvo oculta la Santa Imagen, y allí nos mantuvimos con fervorosas rogativas y expuestos a la furia de las olas que batían y se elevaban cerca de nuestros pies.
Bien habíamos advertido desde la primera invasión de el mar que su irregular movimiento había sido efecto del terremoto; veíamos que repetidas veces menguaba, y crecía el mar con irregularidad y furia, advertíamos que media legua la mar afuera estaba el mar sereno, y que algunas embarcaciones menores con tranquilidad se mantenían a la vela, y que sólo sobre la ribera, se elevaban y batían las aguas, aunque no con tanta fuerza como al principio, mas temíamos que se nos arrojase el mar sobre nuestro terreno, y que nos aislasen las aguas, impidiéndonos la fuga, caso de que no nos sumergiesen y derrotasen el convento, pues en ambos riesgos nos hallábamos sin más recurso que la Piedad Divina, y amparo de Nuestra Santa Imagen.
Así permanecimos hasta la una y media, con poca diferencia, a cuya hora repitió otro impulso de las aguas, menor que el primero, pero bastante a elevarse sus olas sobre las barrancas, y capillita, corriendo otra vez por los costados de el convento, y para evadirnos de ser arrollados de las aguas nos separamos a los lados que no se elevaban las aguas.
Después conocimos que el mar se retiró y que según la cuenta marítima llevaba ya hora y media de menguante. Y viendo que por largo rato se aquietó el mar, quedándose con un género de bullicio o hervidero en todo el distrito en que se comenzaron a elevar las aguas, y advertidamente que hacía una vista el mar como media legua de la rivera conservando las aguas, una especial obscuridad y tintura de color de barro y tierra.
Duró este movimiento extraño como dos horas y media, y comenzó a las once y cuarto.
Al fin nos pareció que estábamos fuera del peligro, y volviéndonos a la Iglesia tributamos rendidas gracias a Dios Nuestro Señor, y a su Madre Santísima, que en todo este lance estuvo manifiesta en su camarín.
Por la tarde salimos en Comunidad a registrar esta nuestra situación y hallamos que unas antiguas murallas que están hacia el Sur, y defienden que las arenas no cubran y pierdan las viñas de este convento, habían sido derribadas de las aguas y que éstas se habían introducido por muchos cerros, que están en esta ribera entrando por viñas y pinares, en que hicieron notables daños; después hemos visto y sabido que los 7 corrales de pesquería, que están en esta costa en que se incluyen 4 propios de este convento fueron totalmente destruidos, cuya ruina ha sido de gran perjuicio a todos los interesados, en que tiene mucha parte esta misma Comunidad que, por su regular observancia, se mantiene del pescado la mayor parte del año, y siendo tenues sus rentas, por mantenerse la mayor parte de limosna que ofrecen los devotos, carece de fondos para la reedificación de dichos corrales.
Y la misma fortuna han corrido los vecinos de esta villa de Chipiona en sus haciendas.
A la primera invasión de el mar salieron huyendo las familias de dicha villa de Chipiona (a reserva de algunas personas, que se mantuvieron en ella) y se retiraron a unos cerros altos, que estaban media legua de dicha villa, en donde pasaron de noche temiendo que a la creciente de la media noche siguiente repitiese el mar el mismo impulso primero por haberlo recelado así los prácticos marítimos y, por la misma causa, se mantuvo esta Comunidad en vela la misma noche, observando algunos religiosos desde la torre los movimientos de el mar con algunas precauciones para el lance. Mas fue Dios servido no hubiese novedad alguna.
Al día siguiente, domingo, concurrieron a este nuestro convento los hombres, mujeres y niños de dicha villa, que se habían retirado a dichos cerros.
Y entraron todos de rodilla por el claustro, entraron todos en la Iglesia bañados de lágrimas y con fervorosos afectos dieron gracias a Dios y a esta Santísima Imagen, cuyo patrocinio imploraron en el mismo conflicto, por haberlos librado de tan inminente riesgo.
Oyeron la misa conventual que cantó esta Religiosa Comunidad y asistieron al Te Deum que se cantó solemnemente, estando patente el Venerable Sacramento, y descubierta Nuestra Milagrosa Imagen en acción de gracias de el singular beneficio que todos recibimos de la Piedad Divina.
Y reconociendo todos, que sólo por milagro se conservó esta Santa Casa libre de la furia de el mar, sin más defensa en lo natural que unas cortas barrancas de tierra muerta, y arena sobre las que batieron, y se elevaron las furiosas olas de el mar, lo que admiramos más, a vista de los muchos estragos que se han experimentado en otras cuestiones no tan expuestas a el peligro, y con mayores resguardos.
Así lo reconocemos los humildes hijos de María Santísima Madre y Señora de Regla, que vivimos dedicados a este Desierto al divino culto, y continua veneración de Nuestra antigua, milagrosa, sagrada imagen con el título de Regla.
Con esta nuestra situación sólo hubo la desgracia de haberse ahogado un hombre anciano, y su nieto suyo de 8 años, vecinos de dicha villa, que a la sazón se hallaban en la casilla en los corrales de pesquería, situada en un cerro, junto a la playa.
El cuerpo del anciano se halló al siguiente día en unas viñas, y el de el chicuelo arrojado del mar en la misma playa a los 10 días.
Después del terremoto, e invasión del mar ya referidos no se ha notado en esta situación movimiento irregular en mar y tierra, ni otro notable signo digno de consideración.
Esta es la declaración que puntual, y legalmente, hacemos según lo que hemos entendido, y advertido en todo el irregular suceso, y nunca visto, ni oído en estos países.
Y para que conste donde convenga, lo firmamos en este Convento Santísimo de Nuestra Señora de Santa María de Regla, en 6 de diciembre de 1755.
Fr. Juan de Cuenca, Fr. Josef Pérez, Maestro Fr. Luis Pacheco, Fr. B. Torres, Fr. Francisco Herrera, Fr. Luis Muñoz, Fr. Josef del Pino, Fr. Manuel Costa, Fr. Francisco López, Fr. Josef Quadrado, Fr. Josef Álvarez.
[Remitido por el Gobernador de Sanlúcar de Barrameda].
Juan Luis Naval Molero. Cronista Oficial de la Villa de Chipiona.
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