“Donald Trump dejaría el libro a la mitad. Mis ideas y escritos están en las antípodas de las que nos explican que sostiene”
— El mundo (no) es un lugar peligroso, ¿De qué trata este libro viajero?
—Son, por lo menos, dos libros en uno. Por un lado, es una crónica de los países a los que he viajado, fijándome sobre todo en las personas, sus formas de ser, sus costumbres, la manera en la que se presentan ante mi mirada de periodista. Cuento lo que veo sin la prisa de tener que hacerlo para el informativo del día. Y por otro, aprovecho esta lejanía para preguntarme sobre las diferencias entre unos y otros, que son sólo aparentes o estéticas. He comprobado que todos somos iguales, con los mismos anhelos y deseos. Después de visitar tantos sitios me encontrado que en todas partes somos tremendamente similares. Y que el etnocentrismo (pensar que las cosas propias son mejores que las de otros) es una venda en los ojos que hay que quitarse.
— Me llama la atención la pasión que deslizan las líneas de su obra. Denota una mezcla de sensaciones que no deja indiferente a nadie, ¿está de acuerdo?
—Agradezco mucho que lo hayas apreciado. Viajar sólo, cómo en mi caso, permite muchas cosas. Lo recomiendo a todos. Ir sin compañía, colegas o amigos y estar muy lejos de casa te permite hacerte preguntas sobre ti mismo y tu forma de pensar. Y al contrastarlas con las personas que me voy encontrando hace que mi pasión y mi militancia por el ser humano y su bondad salgan por todas las líneas. Los buenos somos mayoría (y los interesantes). Sólo que los malos hacen más ruido. Y aprovecho para reivindicarlo en esta época tantas veces como puedo.
—¿Qué se necesita para dar la vuelta al mundo, además de una mochila?
—Ni eso. De las dos mochilas que uno se lleva para viajar, la primera, la de los perjuicios hay que dejarla en casa toda entera. Y la de los objetos, cuantos menos mejor. Se viaja siempre confortablemente sin equipaje. Con el mínimo. Es más descansado, en casi todas partes hay de todo y uno se puede mover de improviso, sin ataduras, sin planes, sin rutas, sin guías, sin arrastrar un bulto y dejándose llevar por la gente (buena) que uno se va encontrando. Haciéndolo así he podido llenar mi espíritu de energía y escribir un libro como éste. Viajar así cambia la vida para siempre y para bien.
—La vuelta al mundo en 80 días, es una de las novelas más apasionantes de la historia, ¿Tiene usted también espíritu de Julio Verne?
—No lo sé. Creo que su experiencia es diferente. Estamos en épocas en las que darla es más rápido y a pesar de todo, confortable. Y accesible, por suerte, para casi todo el mundo. Su libro habla de girar lo más rápido posible con los medios de su tiempo. Una lucha contra el reloj. Mi relato es de llegar y pararse a observar en el Zócalo de México DF cuando llega el subcomandante Marcos, ver en Túnez una persona que ha decidido morir y no quiera que le auxilien o pensar por largo tiempo debajo una palmera a las puertas de un desierto.
— ¿Hay más miedo que valor en la Tierra, más tristeza que alegría?
—Hay más valor. Hay más alegría. En los países, llamémosles subdesarrollados para entendernos, la mayoría de las personas tienen más facilidad para mostrar su alegría que los occidentales. Sus vidas, aparentemente más simples, más sencillas, les viven más felices y sin las ataduras llamémoslas también burguesas para seguirnos entendiendo. Por otra parte, es cierto que en estas zonas lo que muestran con toda rotundidad es una resignación respecto de su forma de vida, que, comparada con las comodidades de la nuestra, nos parecerían inaceptables. Ellos la aceptan como la vida que les ha tocado vivir. A veces me cuesta entender su conformismo, la falta absoluta de rebeldía en la gente sencilla de China o Marruecos, por poner dos ejemplos cualesquiera.
—¿Si Trump leyera El mundo (no) es un lugar peligroso sería mejor persona?
—No lo sé. Me parece que dejaría el libro a la mitad. Mis ideas y escritos están en las antípodas de las que nos explican que sostiene. La frontera con México es un lugar de contrastes y es quizás donde les dos mundos chocan con mayor crudeza. Pero también es un lugar donde algunos lo ven como una oportunidad para mejorar. Pocos lo consiguen. Él cree que sólo los que son como él valen la pena. Yo creo que todos valemos la pena. Para mí, los míos son todos los que me he encontrado por estos mundos. Ni él será capaz de cambiar el mundo tanto como para que no siga siendo como yo lo he visto estos años.
—Usted que conoce el sur de España, ¿entendería un noruego un fandango de Huelva?
—Seguro que sí. Sobre todo, si lo canta alguien como mi admirado Cabrero con aquella fuerza y determinación. Amo el flamenco con locura y soy un rendido admirador de Morente, de Camarón, de Mayte Martin de Miguel Poveda y tantos otros. Al noruego le pasaría lo que ocurre también con la ópera. Dependiendo de la profundidad de su alma, o se quedaría atrapado para siempre con la magia de la guitarra y el cante (como yo) y se pondría a llorar de emoción por el contrario, se centraría en un buen plato de jamón y un fino mientras el toque se oyera a lo lejos. No depende del noruego, depende de lo que se es capaz de sentir.
—El libro está dividido en cuatro partes, casi como una tarta. ¿Qué parte le gustó más, cuál lo marcó?
—Responder a esto es como decidir entre los hijos de uno. Las quiero a las cuatro, pero si hay que elegir a una, me quedo con el bloque del norte de África. Por su proximidad con España (una hora y poco de vuelo), por las afinidades que, aunque no se diga mucho por aquí y sobre todo porque es la forma más rápida de entrar en contacto con gentes auténticas pero diversas de nosotros. Están aquí al lado y no nos dejemos llevar por los tópicos. Tienen mucho por hacer, necesitan mejorar sus regímenes políticos, pero se come bien, hay historia por todas partes, hay piedras y no hay que preocuparse por la seguridad a pesar de lo que se dice. Y todo, por la mitad (o menos) del dinero que se necesita por aquí. Y además, si se va con los ojos bien abiertos, es como entrar en la puerta del tiempo. Una experiencia que hay que vivir. Viajamos poco hacia el Sur.
— Dicen que un aeropuerto o una estación de metro son más peligrosos que un suburbio del extrarradio de una gran ciudad, ¿no le parece triste?
—Peligroso quizás, pero es un lugar que me genera sentimientos contrapuestos. Por un lado son contenedores de personas. Son puntos de observación social irrepetibles. Suceden “cositas” por todos los rincones, historietas que permiten crear un libro cada una. Por otra parte, se han convertido en lugares insufribles por las colas, los controles y todo lo demás. Y para acabarlo de destrozar, todos, en todas partes se van convirtiendo en clónicos los unos de los otros. Ya son no-lugares donde se pierde tiempo. Y todos estos factores van a peor.
—¿Qué exportaría del Tercer Mundo al Primer Mundo?
—La honestidad, la sinceridad, la simpleza, el optimismo y algunos refugiados que nos necesitan.