México, 2015
Director: Gabriel Ripstein
Guión: Gabriel Ripstein e Issa López
Fotografía: Alain Marcoen
Intérpretes: Tim Roth, Kristyan Ferrer, Harrison Thomas, Noé Hernández, Armando Hernández, Mónica del Carmen, Nailea Norvind
De tal palo tal astilla. La obra del mexicano Arturo Ripstein encuentra la prolongación de su legado con el primer largometraje de su hijo Gabriel, quien se luce especialmente en una película que guarda similitudes con el estilo y los modos de hacer de su padre, el ya legendario cineasta. Las coincidencias de forma a la hora de contar una historia no vienen sólo por tener la misma sangre y el mismo cine en las venas, sino principalmente por haber estado también unidos en lo profesional; Gabriel Ripstein ha sido productor en dos títulos del gran Arturo: El Coronel no tiene quien le escriba (1999) y La perdición de los hombres (2000), además de trabajar como guionista y productor en cintas de otros autores. El debut del nuevo director es bastante prometedor, con la distinción conseguida en varios festivales: mejor ópera prima en Berlín y mejor ópera prima en los Premios Ariel de la Academia Mexicana del cine.
Al igual que en el cine de Arturo Ripstein, 600 millas posee la sobriedad y el estilo seco y desasosegante a la hora de narrar el drama y la tragedia, con planos generales que tienen la clara intención de que seamos meros observadores. La cámara no se involucra, el director guarda las distancias con lo que ocurre, y hasta recurre al fuera de campo para generar tensión. Todo está desprovisto de cualquier artificio, sin banda sonora que marque un climax (de hecho, no existe un compositor en esta cinta), sin aspavientos ni virtuosismos, con un lenguaje sencillo y austero.
La planificación, con tomas largas y generales, es del tipo que produce inquietud, donde no aparece ocurrir nada interesante pero se masca lo que va a venir a continuación. Hay grandes momentos de este tipo, como la escena en la que un mafioso mexicano recoge la mesa de su cocina y lava los platos mientras decide, en su interior, sobre la vida y la muerte de determinadas personas. En esa secuencia –plano general, un único encuadre- está otra de las virtudes que llaman la atención en este filme: la forma en que la violencia se mezcla con lo cotidiano, en lugares tan familiares como esa hogareña cocina o en la celebración de una primera comunión.
En cuanto a la historia, el hilo narrativo es simple: un agente de la ley estadounidense (magnífico Tim Roth), especialista en combatir el contrabando mexicano, se topa con un joven traficante de armas que trabaja para algunos peces gordos; ambos acaban emprendiendo lo que en su mayor parte es una road movie, y como en todo cine itinerante que se precie, el recorrido es tanto físico como psicológico. La aparente simpleza de la historia esconde muchas cosas, entre ellas un magnífico dibujo de personajes, fundamentalmente en el contraste que se produce entre el impasible americano –el agente curtido que apenas mueve un músculo- y el jovencito desesperado que no es consciente de dónde se ha metido, además de una convincente galería de gansters aztecas.
Por otro lado, Gabriel Ripstein describe este universo de manera muy básica y elemental, centrándose sólo en unos cuantos escenarios y personajes. No necesita más para hacernos reflexionar sobre cómo se articula el negocio del contrabando entre USA y México, y nos proporciona momentos tremendos, como el arranque de la historia, que es un acto normal y corriente en Estados Unidos: un jovencito de 18 años comprando armas con toda la facilidad del mundo, ya sea en una armería de barrio o en alguna de las numerosas ferias que se celebran en cualquier pueblecito yanqui.
600 millas también es una de esas películas que saben cerrar su historia con un magnífico epílogo: otra escena cotidiana y hogareña que le da todo el sentido a un filme que habla de la inhumanidad en el ser humano y la frialdad ante la violencia.