Despidiéndose en su última comparecencia tras presentar su dimisión, el que yo llamo con absoluta tranquilidad de conciencia Ministro de la Injusticia, Alberto Ruiz Gallardón, dijo que a partir de ahora iba a saldar cuentas pendientes con su familia, para estar más tiempo junto a los suyos. Él sabrá qué les debe. Pero desde luego deja su cargo y 30 años de vida política rodeado de acreedores por todas partes. Nos ha mangado buena parte de la democracia -muy propio del PP- un hombre acostumbrado a navegar entre dos aguas, del que ya no sabíamos si era un progresista avanzado del conservadurismo o un tipo perteneciente a la más recalcitrante derecha.
Yo que él hubiera hecho mutis por el foro, bastando un comunicado por escrito aclaratorio de su cabreado abandono de la vida pública, en vez de organizar esa especie de patético adiós ante las cámaras creyendo provocar una emoción tal como cuando el fervor popular entierra a sus grandes. Y el pueblo lo único que ha dicho es que menos mal que se ha ido, más se tenían que ir. ¡Bendito cadáver político!
Le han abortado la reforma del aborto. Pero es una pena que no se hubiera ido antes, mucho antes de sacar la Ley de Tasas Judiciales que implantó, con la ayuda del dictador que lleva en sus entrañas, sin consenso alguno con jueces, fiscales, abogados, procuradores y simples ciudadanos de a pie a los que dejó abocados a una Justicia cuyo alcance sólo ha quedado para los más ricos o para los más pobres.
Que se vaya a saldar las cuentas pendientes con su familia y que ojalá emplee hasta el último de sus días en eso, que vaya los domingos al campo, que levante los pies cuando pasen en su casa la fregona, sin volver a tener la ocurrencia de invadir con su inútil presencia la política española. Y ya veremos los españoles cómo saneamos algunas de las ronchas que nos ha dejado. Y ya verá el PP cómo cose el agujero de un bolsillo por el que se le escapan, entre una cosa y otra, millones de votos de aquellos que siempre le votamos y jamás volveremos a hacerlo.