Escuché una vez que no tiene verdadera vocación quien no es capaz de vivir sin realizarla. Virginia Jiménez no concibe la vida sin cantar. No debería hacerlo, porque la suya es una carrera musical incipiente, pero intensa, desde adentro, desde la sangre, desde cada latido que le ha llevado a la música sin ánimo de regresos ni de caminos de vuelta, por más que haya visto -como todo el que está de lleno en esa aventura- lo cuesta arriba que resulta, siendo en la mayoría de los casos un alpinismo que no corona la cúspide.
Acaba de lanzar por todos los medios a su alcance su primera grabación, una canción compuesta por ella misma, al más puro estilo melódico, Mariposas en el alma, con cientos de visitas a los pocos días de colgarse en youtube. La cantante se ha brindado la oportunidad de revelarse también como autora.
Pero más allá de una bonita canción, hay un espíritu de hallazgo de su propia identidad. Virginia Jiménez es un caso más cuyo punto de partida artístico está en la copla, pero se suma a los ejemplos de otros intérpretes del género -Pastora Soler sin ir más lejos- que se han visto en la necesidad de explorarse a sí mismos buscando su estilo personal. Canta la copla y lo que le echen -hasta la Houston-, pero dotándola de valientes y arriesgadas innovaciones, con apuntes de bolero y swing, en la época por excelencia de las fusiones. ¿Llegará así a un destino de éxito? Ante el público, con actuaciones en directo, ya lo ha hecho, lo está haciendo. Pero el resto de la cuestión es un extraño mundo del espectáculo con dos parcelas antaño complementarias y ahora al parecer ya irreconciliables: los conciertos y la industria discográfica.
En cualquier caso hay una poderosa razón de fondo en la notable evolución artística de Virginia Jiménez, originada en los imprescindibles aprendizajes junto a Raquel la Brujha y Sandra de la Rosa: la entrada en escena del prestigioso jazzista internacional Manolo Torres, su estrechísima colaboración con la artista, el seguimiento y la supervisión constante de sus progresos. Ha sido el músico más adecuado y oportuno con la carrera necesaria a sus espaldas para orientar los nuevos pasos de su protegida.
El combinado clásico del maestro y su pupilo, que tantas experiencias brillantes ha dejado en el empeño por el éxito, es por ahora la última baza de Virginia Jiménez, que está en buenas manos -nunca mejor dicho de un pianista excelente-, bien asesorada en su capacidad vocal -extraída de las lecciones de Raquel y Sandra- y dirigida con exigente criterio hacia posibilidades donde desarrollar lo más original de ella misma. Aunque la vinculación entre ambos es tan estrecha que sería difícil deslindar la creatividad de los dos juntos, como si la fotografía que los muestra, señalándose el uno al otro, quisiera expresar la admiración y el reconocimiento mutuo que se tienen.
Con Manolo Torres haciendo volar, más que cantar, el nuevo repertorio de Virginia Jiménez, la artista ha cruzado hasta la difícil zona de la exquisitez y del mejor gusto. Y el gusto, al fin y al cabo, acabará siendo el nuestro.