Pintar siempre fue algo natural en ella. Tan natural que no le daba importancia. Fue su madre, Emilia Moscoso, la que se percató de que su hija lo hacía de un modo excepcional. La puso en contacto con Ricardo Suárez y este le dio la razón; la razón y las primeras clases. Con el prestigioso pintor tuvo sus inicios académicos. Y más tarde se dio cuenta de sus enormes facultades el gran Paco Reina, que por propia iniciativa quiso darse el gustazo de matricularla en Bellas Artes.
Ángela, de cerca, es el vivo retrato de su pintura. No hay solución de continuidad entre su belleza y la que plasma. Aunque si estás algo experimentado en aproximaciones humanas, puedes captarle sutilmente un genio interior, una especie de volcán que más vale que no entre en erupción; pero ese furor oculto y amaestrado, es seguramente una de las causas que la convirtieron en artista y donde es muy probable que guarde la energía y fortaleza que ha necesitado para luchar por su legítimo espacio en un mundo de exigentes que difícilmente hace sitio. Salvando esa apreciación muy sutil y discreta al máximo, Ángela Mena te mira con profundidad y te habla con hondura. Tanto que dirías que alguien le está prestando los años que aún no tiene, como si hubiera conquistado muy joven lo que en otras personas llega con el paso forzoso de la madurez. Y conversa con las cadencias propias de la paz y el sosiego, con palabras serenas hechas de paisajes, con ritmo de colores suaves que no agreden.
Te parecería que todo en ella es estable y tranquilo, porque crea en torno a ti un ambiente de seda y refugio, pero no puedes perderle la vista a su tenacidad, esa que quiebra sus comodidades y asentamientos de familia bien de Sevilla, llevándola de una inquietud a otra, con sus estancias en Alemania y en Inglaterra, buscándose en una creatividad original que la va haciendo sólida y diferente en su obra.
Vive de faenas lentas y reflexivas, a las que sabe coronar muy bien en el arte de enmarcar, pues Ángela Mena pertenece precisamente a la familia que regenta el mejor negocio de Sevilla en marcos: la casa Venecia.
La pintora va y viene por países y estilos, en una continua exploración de cromatismos, se busca por figuras y abstracciones, por geometrías vanguardistas y formas clásicas, entra y sale, viaja y regresa, lleva sus pasos hasta donde la conduzcan sus interrogantes, pero con el retorno fijo de la luz de Sevilla, que se ha convertido en su referente y apoyo. Incluso en un clima adecuado para que seque pronto lo que concluye. En Londres, residiendo frente a un canal, ha llegado a padecer que un cuadro tardara hasta dos meses en secar. No es una mujer de fríos ni inclemencias. Le van las flores blancas estallando en su perfume.
Sus cuadros van incorporándose a las mejores colecciones. Ángela Mena es prodigiosa expandiendo poco a poco un aroma elegante que te embauca desde su pintura hasta ella misma, en un estilo propio que se hace requerir urgentemente en tiempos bien escasos de exquisiteces.