El próximo martes se presenta en Sevilla oficialmente la biografía de Espartaco. La ha escrito su apoderado por excelencia, Rafael Moreno. El autor me envía la invitación con un mensaje preciso y corto: Pepe, no te digo nada. Un abrazo. Rafael Moreno. Él sabe que no necesita decirme nada, que nos entendemos perfectamente desde hace muchos años, los más de treinta de una amistad que para mí ha sido valiosísima, disfrutada con él y con toda su familia. Estaré en el acto organizado por la Fundación Antares Foro, la Editorial Egartorre y RDeditores. Y presentado por el actor Juan Echanove.
Seguramente el de la biografía sea mi género literario favorito. He recurrido al mismo montones de veces usándolo como una terapia que, revelándome los esfuerzos de los demás, me sostuviera en los propios. Porque no hay vida humana verdaderamente importante realizada con suavizantes, sin asperezas, huidizas de coger el toro por los cuernos o, como en el caso del maestro Espartaco, metiéndole bien el capote y, en ocasiones, enfrentándola a portagayola.
Como he luchado tanto en el mundo del espectáculo -y presiento que aún me queda hacerlo en los mejores días de mi creatividad y generosidad artística-, lo que más he leído (y hasta releído) son biografías de grandes cantantes: Sinatra, Raphael, Pavarotti, Monserrat Caballé, Piaf, Julio Iglesias, Beatles; aunque también me interesaron las de Picasso, Dalí, Camilo José Cela, Manuel Benítez El Cordobés, los creadores Miguel Ángel y Da Vinci, los papas Juan XXIII y Juan Pablo II, o seguir el rastro de psicologías tan curiosas como la de Franco.
Lo bueno de esta vida de Espartaco es que la va a contar quien reúne dos sumandos raramente sucesivos de la misma operación: un periodista y escritor, convertido a apoderado por obra y gracia de la petición que un día le hizo el torero. El resultado no podrá ser más exacto. Experiencia y literatura al unísono. Rafael Moreno es el hombre que mejor y desde hace más años conoce a Espartaco, casi desde que este era un crío. Por eso, para bautizar este libro, ha unido al nombre del diestro un subtítulo, el largo y difícil camino del éxito, como si fueran unos apellidos inseparables y con guiones de la casta, el origen y la procedencia de los que logran sus sueños.
No sé, con la exactitud del que haya visto las pruebas, qué contiene el texto definitivo de Rafael Moreno, a punto de darse a luz. Pero me lo imagino. Me imagino que no será -de eso estoy seguro- una crónica rosa que suministre la más mínima carnaza a los espacios televisivos mal llamados del corazón, cuando en realidad no tratan más allá que de copulaciones. Me imagino que la única crónica que cabe esperar es la crónica de un ser humano esforzado; la historia de su constante sacrificio; la inmolación de su más crucial juventud en aras de una ilusión irrenunciable; y, cómo no, contada con el ritmo despacioso y lento del miedo al que tantos días tuvo que superar, una y otra vez, el valor.
He mantenido, a lo largo y ancho de más de treinta años, innumerables conversaciones con Rafael Moreno acerca de mis encrucijadas, mis dificultades, mis anhelos y hasta mis amores y desamores. Y como yo, también sé que lo han hecho más personas que han tenido la suerte, igual que un servidor, de contarlo entre los íntimos. El porche de su chalé y las sombras de sus naranjos en tardes de estío, han escuchado muchas inquietudes, angustias y esperanzas de los que le hemos buscado -y encontrado- como si fuera un experto asesor en vivir. Por eso sé que ahora, cuando salga la biografía de Espartaco, entre líneas quedará al alcance de todos no sólo la historia dolorosamente feliz y triunfal de un torero único e inolvidable, sino la posibilidad -te gusten o no los toros- de poseer un lenguaje apto para todos los públicos acerca de hacer asequible nuestra propia y personal grandeza como personas. Rafael Moreno puede hacer que abandonemos los cuarteles de la mediocridad, las aspiraciones de los pelotazos por caminos fáciles. Rafael Moreno va a levantar acta de que si muchas de las mejores cosas se consiguen de la mano de alguien intransferible -como él hizo con su mujer, May-, otras vienen sin embargo gracias a una compañía llamada soledad, dura e insoportable, pero en ocasiones imprescindible para crecer. Rafael Moreno, a través del gran Espartaco, que no en vano se llama como el histórico gladiador, habrá escrito que la auténtica patria del ser humano es superarse, hacerse gigante del espíritu, llenarse de metas importantes, buscar nuestros sueños más aparentemente imposibles, como un buen día le llegó cargado de los suyos, hasta su casa de El brillante, un muchacho de Espartinas que se llamaba Juan Antonio. Juan Antonio Ruiz. Espartaco.