No quisiera estar en el papel -nunca mejor dicho- de quien tiene que escribirle -le habrá escrito ya- el discurso de Nochebuena al Rey. Y me refiero al escribano solamente, pues me temo que los personajes institucionales, sean ya los que sean, han perdido la capacidad de un mínimo de auténtica y sincera preocupación por nosotros. Desde nuestras posiciones de sufridores ciertos y verdaderos de la crisis, les suponemos a veces en una sensibilidad de la que carecen. España ya no tiene gobernantes, tiene apisonadoras de ciudadanos, una política despiadada y cruel de caiga quien caiga, que favorece un suicidio colectivo en el que las cuentas están condenadas a fallar más que el calendario maya. Rajoy es un visionario peligroso -como todos los visionarios-, un empecinado en seguir provocando una cascada caótica de errores, despeñando poco a poco a un país entero, salvando, claro, a los que como él han trincado la poltrona de un cargo político.
A mí el Rey esta noche me trae sin cuidado, porque creo que los españoles tampoco le quitamos el sueño a él. Eso está claro con un poco de memoria de elefantes. Pero no quisiera estar pasando por los padecimientos del redactor al que le ha tocado el muerto de la palabrería más barata y más hueca.
No necesito los consejos vacíos del Rey, porque ya tengo los de mis amigos y los de multitud de españoles que nos comunicamos y desahogamos por las redes sociales, yendo de igual a igual, con los pies en el mismo suelo difícil de una España con presente y futuro árido.
¿Qué puede contarles a los desahuciados el inquilino de un palacio como el de la Zarzuela, cuya renta pagamos entre todos? Haría montones de preguntas como esta: sobre Marivent, los yates o su yerno. Pero lo único que faltaba es que, entretenido con una causa inútil más, me distrajera de celebrar ni más ni menos que el acontecimiento que hace más de veinte siglos empezó a fecundar la vida humana.
No necesito su discurso, no me hace falta su mensaje. Mi Rey es otro y su Reino no es de este mundo de corruptos y ladrones que van a dejarnos con lo puesto. Aunque diga la Constitución que lo es de todos los españoles, no me hallo entre las mentiras que la denominada norma suprema se ha contado a sí misma y, de tanto repetírselas, ha acabado creyéndoselas; como lo de que los españoles somos iguales ante la ley y que esa misma igualdad también está en la Justicia. La Constitución no deja de ser como una aparente tipa del año 78 a la que se han tirado los tres poderes.
De todos modos, Juan Carlos es un hombre al que aprecio y hasta al que admiro, como admiro a todos los que saben disculparse como él hizo con su error. Y si su aparición de esta noche está grabada, debe haber pasado ya lo suyo para pronunciar hasta las preposiciones.