USA, 2012. Director: Ridley Scott. Guión: Damon Lindelof y Jon Spaiths. Fotografía: Dariusz Wolski. Música: Marc Streitenfeld. Intérpretes: Noomi Rapace, Michael Fassbender, Charlize Theron, Idris Elba, Guy Pierce, Logan Marshall-Green, Sean Harris, Rafe Spall.
En la larga historia del cine de ciencia-ficción, desde Viaje a la Luna, de Georges Méliès, hasta la inmensa hornada de productos que surgen con las nuevas tecnologías infográficas, se puede hablar de diversos puntos de inflexión (uno de los fundamentales es la mayoría de edad que le dio al género Stanley Kubrick con 2001: Una odisea del espacio en 1968). Y en una de esas páginas de oro se encuentra algún que otro clásico de las últimas décadas, entre ellos Alien, el 8º pasajero (1979) y la cinta de culto Blade Runner (1982), ambas del director Ridley Scott. Resulta extraño que Scott haya tardado treinta años en volver a la ciencia-ficción, habida cuenta de lo bien que se le dio en esos dos filmes.
Precisamente en el 30 aniversario de Alien, el cineasta regresa al género para contarnos el nacimiento de la feroz criatura, y darnos la respuesta a varias preguntas que no tenían respuesta en la cinta que protagonizó Sigourney Weaver: ¿quién envió la señal de socorro para que la nave Nostromo viajara al planeta LV-426?, ¿qué misterio escondía la extraña estructura que aparecía al principio de la historia?, ¿de dónde proceden exactamente los bicharracos a los que se les ha dedicado hasta cinco entregas?, ¿y qué ocurrió con la tripulación que llegó antes que ellos?. Prometheus solventa varias cuestiones del universo Alien, aunque también deja otras sin responder.
El primer viaje de los humanos a este extraño planeta tiene como objetivo una de las grandes ambiciones del hombre: averiguar el origen de nuestra existencia e incluso conocer a nuestros creadores (la hipótesis de estos científicos espaciales es que una raza superior nos colocó en la Tierra, ahí es nada). En este sentido, Prometheus es una historia sobre la fe, una reflexión acerca de la necesidad de creer en un ser superior, y sobre la esperanza de una vida eterna. Pero no todo es filosofía, teología y teorías seudo-científicas; también hay, como es de esperar, bichos, sangre, ensalada de tiros, explosiones y secuencias impactantes (alguna sólo recomendable para estómagos fuertes). Muy en la línea del primer Alien, los forofos de la saga reconocerán numerosos guiños a películas anteriores, empezando por los títulos de créditos iniciales (las letras de Prometheus se forman en la pantalla igual que lo hacía la palabra Alien). La arquitectura de las cuevas extraterrestres, el diseño de H.R. Giger, el suspense, la sensación de claustrofobia, el terror a lo desconocido, todo vuelve a combinarse con una buena batería de efectos especiales que están convenientemente supeditados a la historia y a la experiencia vital de los personajes. Tampoco falta una heroína, como en los títulos principales de la serie; ahora es la actriz sueca Noomi Rapace, tras el éxito de Los hombres que no amaban a las mujeres; ella es la doctora Shaw, una mujer de ciencia que no duda en mostrar su aspecto duro y aguerrido cuando la situación lo requiere; y para más inri, le colocan a un robot humanoide a su lado (era el sino de la teniente Ripley); el androide David (magníficamente interpretado por Michael Fassbender) es uno de los personajes estrella de la cinta, un autómata que juega a parecerse a Peter OToole y cuya película favorita es Lawrence de Arabia.
Interesante y absorbente desde los primeros minutos, Prometheus trata de acercarse a la grandeza de otros títulos de Scott, aunque no llega a la riqueza de matices que posee Blade Runner y resulta mucho más superficial en su desarrollo, además de realizar concesiones al público más popular y caer en alguna incongruencia de guión. Por lo demás, es de agradecer el retorno de un cineasta como Ridley Scott a este género y encontrarnos con un filme de ciencia-ficción que escapa casi por completo de la tónica habitual en el cine actual: el infantilismo y la gratuidad de los efectos especiales que suelen esconder la ausencia de una buena historia.