La Hermandad de la Veracruz acaba de servir un debate: salir o no a la calle sin pasos cuando llueva. No sé en estos momentos -no alcanzo a asistirme de la documentación histórica que existiera- acerca de un precedente respecto de lo ocurrido este Lunes Santo. Pero en una época reciente de algo más de medio siglo no recuerdo un caso parecido que no sea el de otro Lunes Santo pasado por agua, cuando la Hermandad de Santa Marta decidió hacer su estación de penitencia a la Catedral portando sólo la imagen del Cristo de la Caridad, adecuada a una inmediata parihuela y sin que formara parte sobre su paso del misterio del traslado al sepulcro.
Opiniones nos esperan para todos los gustos. Algunas de ellas ya se han vertido en las redes sociales. Puede que se haya tratado de un hecho aislado que no vuelva a repetirse. Incluso de un suceso que termine diluyéndose en el conjunto de los días. Pero presumo como probable que las hermandades hayan tomado nota de una reacción a seguir cuando las inclemencias del tiempo pretendan impedir la estación penitencial. Estoy seguro de que acaba de innovarse por la Hermandad de la Veracruz una auténtica posibilidad que anule esta decepción tan propia de la Semana Santa. Se evitaría así en parte, escogiendo el mejor de los mundos posibles, un auténtico ambiente de total desolación cada vez -y no son pocas- que una cofradía suspende su salida por culpa de la lluvia. Se paliaría bastante el desánimo que se sufre en esas situaciones.
Salta a la vista que no es lo mismo salir con pasos que sin ellos; es manifiesto que separamos por imperativos meteorológicos gran parte de la auténtica naturaleza de una procesión. Pero también es cierto que la consideración es apta exclusivamente para el caso extraordinario del año en que los pasos se mojan.
Sería ingenuo extender el supuesto concreto de Veracruz a todas las hermandades. Primero, porque tal opción quedaría supeditada a la libre voluntad emanada de sus juntas de gobierno y, en muchos casos, incluso a lo dispuesto por sus reglas, que no contemplarían tal expectativa. Segundo, porque un elemento fundamentalmente humano, del que se nutre esa posibilidad, varía cualitativamente de unas cofradías a otras para asumir el riesgo de llegar a empaparse, como sucede en aquellas con muchísimos niños de nazarenos, acólitos, pajes Tercero, salir sin pasos no equivale por completo a no dañar con el agua el patrimonio material y artístico de una hermandad, pues olvidaríamos como parte del mismo a las insignias que se usaran para una estación de penitencia de esa índole; aunque, desde luego, podrían exceptuarse en dichas circunstancias. Cuarto, las particularidades pueden extenderse a la distancia en los recorridos, el número de hermanos, el tipo de túnicas -con o sin terciopelo, por ejemplo; escudos de antifaces y capas bordados en oro-, incluso hasta el grado de la cuantía y duración de las precipitaciones. Quinto: a la finalidad de cumplir con la estación de penitencia de esta forma, ¿cómo se incorporarían los hermanos costaleros?
Por último, haría otra pregunta: ¿Sería imprescindible para llevar a cabo la nueva fórmula un pretexto de motivo religioso o cultual semejante al del Lignum Crucis?
En cualquier caso, queda abierta desde ayer con la Veracruz una polémica que ante todo debiera ser sana y que sugiere cierta manera de acabar con la frustración que supone, cuando llueve en Semana Santa -¡tantas veces!-, volver a casa con el único consuelo de esperar al año que viene.
José María Fuertes