USA, 2011. Director: Clint Eastwood. Guión: Dustin Lance Black. Fotografía: Tom Stern. Música: Clint Eastwood. Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Naomi Watts, Josh Lucas, Judi Dench, Armie Hammer, Ed Westwick, Dermot Mulroney, Lea Thompson, Jeffrey Donovan, Michael Gladis, Stephen Root.
Llegó a ser el hombre más poderoso de Estados Unidos, sobreviviendo a ocho presidentes durante 50 años al frente del FBI, manejando archivos confidenciales que le convirtieron en un ser intocable, y renovando la forma de luchar contra el crimen, con la implantación de la jurisdicción federal y la aplicación de la ciencia a la investigación policíaca. Nacido en el mismo año en que se inventó el cine, J. Edgar Hoover conoció tres guerras y actuó contundentemente en varios acontecimientos históricos: la persecución de los comunistas durante la Caza de Brujas, el gansterismo que surgió en la época de la depresión, o el ascenso del Black Power con Martin Luther King (Hoover era un racista declarado, y algunos historiadores le han llegado a a acusar de haber participado en el asesinato del dirigente negro).
En su faceta como director, Clint Eastwood explora la personalidad de Hoover hasta los lugares más recónditos de su alma, más interesado por sus entrañas que por su carrera profesional, y nos ofrece el retrato polémico y desconocido de una figura clave para los norteamericanos. Argumentalmente, Eastwood podría haber abarcado multitud de eventos relacionados con su vida, pero se centra principalmente en el secuestro del hijo de Charles Lindbergh, que fue la prueba de fuego para el recién creado FBI. Y todo este caso está bien, pero es como una película dentro de otra, y rompe la estructura general y las intenciones del resto de la cinta.
En cuanto a las formas, estamos ante un Eastwood demasiado comedido, con un estilo excesivamente sobrio y sin aspavientos de ningún tipo. Todo es muy correcto pero nos deja fríos, carece de emoción, y se hace muy cuesta arriba las dos horas y cuarto de metraje. Tampoco ayuda el maquillaje de los actores; el paso del tiempo resulta medianamente convincente en el caso de Leonardo DiCaprio, pero deja mucho que desear en el resto del reparto, y se transmite una sensación de falsedad e impostura que nos saca de la película en más de una ocasión. Para más inri, la cinta tampoco funciona como recreación de varias épocas, no es una lujosa producción que nos deje anonadados en ese sentido.
Respecto a la interpretación de DiCaprio, recuerda bastante al papel que le tocó en El Aviador, la figura del magnate John Hughes. En J. Edgar también también lleva todo el peso de la película encarnando a un personaje mítico, igual de ambicioso, ególatra y obsesivo, y tanto Hughes como Hoover (en sus respectivas biografías cinematográficas) presentan a un individuo de fachada impecable que oculta un lado oscuro y enfermizo. En el caso de J. Edgar, la presencia de una madre dominante, la paranoia y el miedo a una invasión bolchevique, su reprimida tendencia homosexual (no eran tiempos para salir del armario) y la manía persecutoria de multitud de fantasmas inexistentes.