Nunca es fácil la interpretación de unos resultados electorales. Y llega a ser tan subjetiva como a cada uno le convenga. Lo cual no consigue ocultar lo patéticos que algunos pueden llegar a ser valorando los datos finales de un sufragio. Griñán ya se ha despachado con que ha sido la crisis la que ha hecho que el PSOE baje a niveles históricos. Claro, claro: la crisis como un acontecer fortuito, ajeno a sus facultades de corrección, sin posibilidad de maniobras políticas que la enmendasen. Pobrecillo Griñán. Pobrecillo Zapatero. Pobres socialistas. Ni el magoneo, ni la teta de la vaca, ni el cortijo en mis manos. Ha sido la crisis, como si dijera la vecina de enfrente. Griñán se siente igualito que el pinche de un chiringuito de playa que se hubiese tragado un tsunami. A él le cogió allí en medio, sin comerlo ni beberlo. Qué lástima.
En cualquier caso, España ya ha dicho lo que quería decir; o sea, ha dejado en votos lo que aireaba clamorosamente por las esquinas y aristas de su vida de los últimos años. Una vida difícil de casi cinco millones de parados. Una existencia límite al borde de la recesión y un déficit público de cerca de ochenta mil millones de euros. Vamos, a un paso del boca a boca de la respiración internacional. Con Rajoy de ganador con mayoría absoluta en el balcón de la calle Génova, la cosa no es lo que parece. Los españoles no han seguido sus consignas ni sus recomendaciones. Para votar no han necesitado ni una palabra de los mítines del PP. Las apariencias engañan. El cara a caradura de Rajoy con Rubalcaba en el debate televisivo no aportó nada a las decisiones finales de los votantes. El PP está frito de marketing. La verdad de lo que ha pasado no anda por ahí. Frío, frío La verdad me la ha contado mi amigo José Manuel Guerrero. Me ha dado el chivatazo de las razones subliminales de la victoria del PP. Como cuando viendo una película en el cine cuentan que te pasan un mensaje de Coca-Cola sólo advertido por el subconsciente y te dices: Qué sed me está entrando.
La explicación real de esta victoria sin una sola uve en los dedos, con la de gente que había en el balcón -ole hilar fino-, la explicación real es que los españoles, a 20 de noviembre de 2011, han seguido fielmente la recomendación del PSOE en su eslogan de campaña: pelea por lo que quieres. La frase es un mínimo y decisivo favor, entre tantos desfavores y despropósitos, hecho a última hora a la democracia para que se libre de los socialistas. La proclamaron los mismos socialistas para que nos deshiciéramos de ellos. La frase es un tiro por la culata del PSOE, un bumerán que se les ha vuelto en contra, una idea que les ha salido rana, una aliada en publicidad que les ha puesto los cuernos susurrándose a los oídos contrarios. Y eso ha hecho España: pelear por lo que quería. Lo que quería -ha quedado clarito, ¿no?- ha sido que se fueran. Que ya estaba bien. Que de tomaduras de pelo, ni una más. Que de saqueos tributarios de nuevos ricos despilfarrando y disparando con pólvora ajena, se acabó. ¿Qué se pensaba que íbamos a hacer el monstruo ese en asesoramiento al que se le ocurrió el mensajito?
Por otra parte, habrá mucho que decir de la noche electoral recién pasada. De la elegancia de Rubalcaba compareciendo ante los medios. Del discurso de Rajoy, como un proyecto urgente y de primera mano invitando a trabajar desde por la mañana. Un discurso sereno, pero cálido. Un discurso de unidad, aglutinador, con la palabra todos recurrida machaconamente (una traducción a lo nacional de lo que en Sevilla pasó con Zoido. Por cierto, Sevilla señalándose como siempre, muy en plan rincón de Omaíta, como muy suya Barcelona). La primera comparecencia de Rajoy sabiéndose el próximo presidente del Gobierno, por poco me pulveriza este texto. A punto ha estado de hacérmelo trizas, de tan convincente que ha sido para mirar hacia adelante y olvidar los pecados socialistas. Me ha puesto en el disparadero de las emociones. Y casi me ablanda del todo para convertirme en el español modélico y entregado a la causa común que promueve. Pero uno no es Rajoy ni ha de ser el presidente de una nación tan variopinta como la nuestra. Necesito mi raza de crítico y mi estirpe rebelde para observar ahora a Rajoy como antes observé a Zapatero.
Escribo para un periódico independiente que lo será más cuanto lo seamos quienes colaboramos en sus páginas. Pero he de confesar que con las palabras de Rajoy y junto a millones de españoles que las han aplaudido, inicio esta nueva singladura de mi país con el corazón tocado por ansias idealistas y utopías a las que les ha llegado la hora de hacerse realidad. Además, ¿a qué ocultarlo?, he escrito y cantado unas cuantas canciones de amor y por eso me ha emocionado el beso de Rajoy con su mujer. ¿Quién sabe si el nuevo presidente de España no es otro que el último romántico? José María Fuertes