Echo el capote por delante, sin miedo ni rodeos y la pierna quieta, con el propio título de la última novela de Rafael Moreno. Y me digo: ¿a qué buscar otro comienzo, otro reclamo que la belleza del nombre que lleva, en ese bautizo de expresión corta pero sugestiva? Y lo hago ahora, no a toro pasado de aquellos que ya rozaron a Espartaco en el temblor del miedo y de la gloria. Lo hago ahora que estamos a tiempo de acudir mañana, a las ocho y media de la tarde, en el Círculo Mercantil, el de la calle Sierpes, a la presentación de la cuarta obra de Rafael Moreno. Otra vez de la mano de Rdeditores. Y en esta ocasión lo va a contar la voz de radio de María Esperanza Sánchez.
El sabio Mingote dice que la novela es un género de madurez. Y yo no voy a discutir nada a Mingote. Rafael Moreno ha llegado a ser novelista en el momento justo de las alforjas del hombre bien llenas, en el tiempo exacto de deshacer un equipaje de largos caminos.
Empezó con Hijos del monte una auténtica trayectoria de reflexiones y pensamientos nada fáciles, en absoluto al alcance de lo simple y prueba de que un hombre profundo como él ha tributado de sobra mucha vida hacia adentro. No se puede escribir como lo hace Rafael Moreno si la existencia sólo transita por la superficie. En ese caso hubiera dejado cuatro monerías gramaticales, unas pocas de oraciones más o menos bien compuestas, pero desde luego nunca una arquitectura vital plagada de máximas y certeros apoyos a los que asirse con seguridad.
Conozco a Rafael Moreno hace como treinta años. No está en mí la patente de la inteligencia, pero tengo las luces suficientes para reconocer a la gente que la posee, como le pasa a él. Y esa inteligencia ha ido construyendo la estructura compleja de sus novelas: la segunda La soledad del triunfo (fraguándose estos días ser llevada al cine), y Paca, la tercera. En realidad, no hay novelas buenas sin inteligencia en los autores que las pretenden. Hay que saber mirar las hojas primeras teniendo en cuenta las últimas. Todo novelista magistral lleva dentro algo de ajedrecista extraordinario.
En la piel del silencio se guarda de por sí un imán argumental: la de vidas que se viven sin que sean las que corresponderían vivirse. La de veces que el guión no nos suena a propio, no encaja, no estaba previsto. Un punto de partida tan crudo para la literatura ya es suficientemente atractivo para seducir al lector, que caerá rendido finalmente a las formas en que Rafael Moreno resuelve las intrincadas partidas humanas.
(*)José María Fuertes es cantautor y abogado