Manzanares, tras faena emotiva, ha salido por la Puerta Grande de la plaza de toros de La Merced. El alicantino, que ha cortado tres orejas, se proclama triunfador del ciclo Colombino. Castella, que falló con los aceros, dejó muestras de valor y de toreo, mientras que Ponce, inseguro, no tuvo suerte con su lote.
La cosa parece que iba en serio: Decidido se fue a los medios, muleta por delante y a torear con la sensibilidad especial que concede el arte. José María Manzanares creó con el noble y bravo tercer toro de Jandilla la faena más emotiva de este ciclo colombino que hoy acaba. De esta forma se contemplaron excelentes muletazos a derecha, algún que otro bello natural, ingeniosos adornos, magníficos remates y toda una visión plástica de un toreo, intimo y personal, que llegó y convenció. Importante faena cuya ejecución estuvo a la altura de su contenido
La sensibilidad de Manzanares convierte lo que hace en bellos momentos que atrapamos de inmediato con enorme gusto. Momentos de un toreo que se guarda en la memoria para siempre de quien lo ve y lo siente. La faena, casi toda a derecha, fue magistral y ejecutada con su peculiar estilo. Y es que el alicantino se mostró extraordinariamente sabio, conocedor profundo del toreo y de la técnica, pródigo en ideas para resolver y seguro de unas formas que no dejan indiferente a nadie. Manzanares brindó una faena refinada, muy templada, ligada, de contagiosa emoción y muy bien rematada.
Lejos de toda espectacularidad, con sentimiento inmensamente profundo, Manzanares, fue construyendo su obra con el singular e impecable trazo del muletazo diestro. No apostó por el toreo al natural, pese a que los dos trazados los ejecutó con enorme seguridad y con no menos sabiduría. Y así, más con la diestra que con la siniestra, conjugó un importante trasteo que rubricó después con la fuerza de su contundente espada. Dos orejas.
Con el sexto, muy parado a mitad de faena, quiso rubricar una tarde y una feria. Y lo consiguió. Con verdad y mando ligó un trasteo que no fue a más por el escaso empuje del toro de Vegahermosa. Tras la estocada desprendida sumó su tercera oreja.
A Sebastián Castella le ha gustado siempre andar entre los puntiagudos filos de los pitones Sus juego viene a corroborar, desde tiempo atrás, cierto gusto por el riesgo, justo allí donde este se hace trágico. Hasta llegar a esto en el epilogo de la faena, el torero francés lo intentó todo con el noble aunque descastado segundo. Clavó las zapatillas en la misma raya del tercio para prologar su quehacer con tres estatuarios de miedo y continuar con la diestra un trasteo hilvanado, con continuos cambios de mano y bien rematado. Sólo unos pequeños tirones al finalizar cada pase afearon una faena que tuvo su interés. Quizá la espada le privó de pasear trofeos.
Al quinto, manso, soso y muy distraído lo intentó fijar en los medios. Su afán por mantenerlo en la muleta no dio el resultado apetecido. Tras una estocada baja le aplaudieron la voluntad de agradar.
Enrique Ponce se empeñó en demostrar que al primer toro de la tarde le faltaba visión. Viendo o si ver lo que sí mostró el jandilla fue genio de manso. Un desconfiado Ponce se dispuso a limarle las asperezas a las complicadas embestidas hasta llegar a trazar templados, aunque despegados, muletazos diestros. Y poco más. Fue faena larga, correcta, pero poco emotiva. De todas formas, los huelvanos le demostraron su cariño sacando los pañuelos. El presidente descartó acertadamente la concesión.
Ponce quiso mostrar su perfil de consumado maestro con el manso y rajado cuarto, sin que su intención le valiera para un mínimo lucimiento. Pese a no estar bien con la espada le volvieron a ovacionar.
