Otto Preminger dirigió en 1960 una película titulada Éxodo, cuyo principal protagonista es un joven guía nacido (sabra) en Palestina de nombre Ari Ben Canaan que encarna el actor Paul Newman. Inspirada en la novela homónima del escritor Leon Uris -también judío, como el director de la cinta-, Éxodo relata un episodio previo a la creación del Estado de Israel. Cuando 611 judíos supervivientes de la II Guerra son reagrupados en un campo de refugiados en Chipre. Y sortean el férreo control británico para embarcar en un mercante con destino al puerto de Haifa. Dirigidos por el haganá, el Ejército secreto judío. Arriesgando sus vidas, en medio de la dificultad internacional. Los hechos suceden en 1947, un año antes de la conformación del Estado hebreo. Aquel desafío a los británicos -administradores hasta 1948 de Palestina- es conocido como el aliá (ascenso), que es como espiritualmente se denomina el camino final que conduce a la diáspora a su Tierra Prometida. Y que se inicia a finales del siglo XIX cuando llegan los primeros olim (inmigrantes) de Europa Oriental y Yemen empujados por el incipiente movimiento sionista. Creándose así los primeros asentamientos agrícolas del futuro Estado de Israel, que contó con el apoyo generoso del barón Edmón James de Rothschild. Destacado banquero de la rama francesa de esta rica familia judía que desde un primer momento hizo comunión con el movimiento sionista proporcionándole importantes recursos. El antisemitismo de la Rusia zarista provocó nuevos éxodos por el Mundo, que tuvieron desigual destino. Muchos eligieron el continente americano-Estados Unidos, México, Argentina-, mientras otros -guiados por las enseñanzas de su fe- optaron por Palestina, dando lugar a una segunda oleada del aliá. Que exportó a la Tierra Prometida ideas socialistas ya practicadas por los judíos en Bielorrusia. Así como el primer kibutz, que se estableció en Degania en 1909. De ese tiempo es la configuración de Tel Aviv como primera ciudad moderna judía y que nació de un suburbio de Yafo. El hebreo se convirtió en lengua coloquial, surgieron periódicos en ese idioma y se creó el hashomer, primera célula de autodefensa judía.
Confieso que mantengo posiciones muy severas contra la política que aplica Israel hacia el pueblo palestino. Dueño tan legítimo como el judío de aquella tierra. Lo que no impide reconocer mi admiración por el proceso que condujo a la construcción del Estado hebreo, el desarrollo alcanzado en estos últimos sesenta años y el derecho de este pueblo a tener un lugar en el mundo tras tantas persecuciones a lo largo de los siglos, máxime después del Holocausto. Pero compartiendo una tierra que historicamente ha sido de dos. Logro difícil. Como fue para los judíos aquel éxodo. Que la película de Otto Preminger ha dejado para la posteridad con éxito extraordinario de taquilla. Y con una trama que sigue provocando grandes emociones cada vez que se repone. De la que no es ajena esa lograda banda sonora de inspiración bíblica que compuso Ernest Gold. Judío también. Que alcanzó un oscar de Hollywood por su trabajo. Newman en el puente oteando el horizonte. Con la Estrella de David ondeando al viento a modo de bandera. Y con música épica de fondo para la gran hazaña. Hasta 1939, año en que comienza la II Guerra, no pararon de llegar oleadas migratorias a Palestina. La tercera (1919-1923) condujo a 35.000 judíos originarios de Rusia y Polonia. Creándose los primeros movimientos obreros. La cuarta (1924-1928) aportó otros 67.000, también europeos pero procedentes de las clases medias. Que introdujeron mano de obra cualificada. Y la quinta (1929-1939), más de 250.000. Judíos de Europa de Central que huían de la llegada de Hitler al poder en 1933. Médicos. Académicos. Artistas. Y músicos virtuosos, que nada más pisar la Tierra Prometida crean la primera orquesta filarmónica de Israel.
En aquellos buques mercantes repletos de judíos con destino a Palestina tras la II Guerra había un marino español que ocultaba su identidad tras el nombre de Moshé Blum. Tenía entonces 49 años. Pero con él arrastraba una vida agitada. De ideales no exentos de riesgo. Era Miguel Buiza Fernández-Palacios. Sevillano. Perteneciente a una familia acomodada de la ciudad. De opulentos miembros de la industria local. Que con sólo 17 años había ingresado en la recién creada Escuela Naval de San Fernando. Con una carrera militar que le llevó al empleo de capitán de corbeta en los años previos a la guerra civil. Republicano convencido, fue de los escasos jefes y oficiales de la Marina de Guerra que permanecieron leales al regimen golpeado. Lo que le valió el ascenso al almirantazgo, llegando a mandar en dos ocasiones la flota que desde el otro bando llamaban roja. Reconocido estratega, propuso con información fehaciente al Gobierno neutralizar con un desembarco en Motril a Queipo de Llano sabiendo que utilizaba la farsa. Y que carecía de medios en Andalucía para abrirse paso hacia Madrid. Pero se negó Miaja. Extendiéndose la guerra a tres años, sin posibilidad de alcanzar el armisticio. Que era lo que perseguía. Este marino sevillano fue el almirante que condujo los restos de la flota republicana a Bizerta (Túnez). Donde la entregó a Francia en marzo de 1939 desobedeciendo a Negrín ante el temor de que fuera aniquilada por Franco. Ya a punto de obtener la victoria. El almirante Buiza terminó enrolado en la Legión francesa, donde obtuvo el empleo de comandante. Combatiendo a Alemania en el Norte de África. Participando en la campaña de Túnez, lo que le hizo merecedor de varias condecoraciones. Terminada la contienda europea se instaló en la Francia libre, hasta que en 1947 fue reclutado al frente de un mercante por Zeev Hadari, responsable de los aliá ilegales que -como en la película de Preminger- intentaban llegar a toda máquina a la Tierra Prometida tras una guerra monstruosa. A bordo del Geula. Con pasaporte falso de apátrida judío que le permitió integrarse en un contigente de voluntarios errantes que procedían de Estados Unidos y Canáda. También falso. Pero al frente del timón. Hasta que los ingleses interceptaron su buque en Haifa. Recluyéndolo en un campo de concentración. Moshé Blum volvió a ser Miguel Buiza tras la constitución del Estado de Israel. Residiendo primero en Orán. Y después en Marsella. Jamás regresó a España, en cuya guerra murió en combate su hermano Francisco. Comandante de la Legión de Franco. Y donde vivía holgadamente el resto de su familia. Una austera esquela de su viuda en Abc -el periódico que siempre se leyó en su casa sevillana- informaba el 6 de agosto de 1963 de su fallecimiento (dos meses antes) en Paris a los 65 años. Con el se iba una parte de la historia. También un mito errante. Shalom, Moshé Blum.