Francisco Gallardo (Sevilla, 1958) iba para estrella del basket, pero la vida le condujo hacia la medicina deportiva. Otra de sus pasiones, la literatura, le ha acompañado también a lo largo de los años, y ahora debuta como novelista con El rock de la calle Feria (Algaida), una intensa mirada a los 70 en su ciudad.
Compartió el vestuario de la selección española juvenil con Iturriaga, Epi, Romay, Solozábal y Llorente, contribuyó al alumbramiento del basket de élite en Sevilla con la fundación del Caja San Fernando... Pero las letras siempre estuvieron ahí. Es verdad que en los últimos años me he tomado más en serio esto de escribir, comenta. Escritor es para mí una palabra mayúscula aun cuando se escribe con minúsculas. Lo más difícil de este proyecto es considerarme a mí mismo como tal.
Pero El rock de la calle Feria habla por sí mismo, y revela a un óptimo prosista a través de un singular viaje a Amsterdam de unos jóvenes sevillanos para asistir a un concierto de Bob Marley. Una de las cosas que he intentado es hacer una novela de personajes arquetípicos, que arrojan luz según su realidad y sus puntos de vista, explica el autor.
Siempre se corre el riesgo de mitificar la juventud, pero no he dudado en sacar aspectos crudos de entonces. La mía fue una generación a la que le tocó asumir cambios importantes y muy rápidos en primera fila, empezando por el derecho al voto. Quiero recordarlo todo en bloque, porque si separas lo bueno de lo malo en una época de tanta indefinición corres el riesgo de perder la esencia.
Son frecuentes en el relato de Gallardo las alusiones a lecturas emblemáticas de aquella época, desde la Rayuela de Julio Cortázar que inauguró toda una manera de contar historias a los versos de José Agustín Goytisolo o Alejandra Pizárnik. Abunda, también, la música, con un homenaje explícito a Triana que puede verse en el propio diseño de portada.
Ha habido capítulos enteros que los he escrito escuchando a este grupo. En Sevilla siempre hubo buenos grupos, desde Smash hasta Silvio, pero tal vez Triana fue el que mejor interpretó la síntesis entre nuestra cultura propia y la extranjera, resumió como nadie aquel momento, agrega.
Criado en la calle Santa Ana, Francisco Gallardo se comprometió con su tiempo sin llegar a la militancia. En aquel tiempo había una opción clara por la democracia y la libertad, pero no llegué a afiliarme a ningún partido. Se vivía mucho en la calle, la Universidad estaba en plena ebullición, era imposible aislarse. Siempre tuve curiosidad, pero el baloncesto me ayudó mucho a centrarme en una época muy loca, reconoce.
Podría practicarse un cierto paralelismo entre la novela de Gallardo y las Memorias de un antihéroe de Javier Salvago, que describen los mismos años y también narran un crudo viaje por Europa. Salvago escapó del alcoholismo y Gallardo sorteó la tentación de las drogas en el auge de la psicodelia y el cannabis. Empecé una etapa con el Caja San Fernando que me obligó a vivir mucho tiempo con el equipo, y eso me mantuvo alejado de los malos hábitos, sonríe.
Lo seguro es que habrá Gallardo escritor para rato, y cabe preguntarse si algún día sus ficciones novelescas se ocuparán del baloncesto, deporte que según el mexicano Juan Villoro no se deja ser trasladado a la literatura, al ser de equipo y carecer de la épica del fútbol.
Narrar el baloncesto es complicado, admite el autor, pero desde hace tiempo me planteo escribir algo. El gran problema es, como dice Villoro, la complejidad técnica que presenta, el punto de vista que eliges para narrar. Pero me encantaría poder hacerlo, apostilla el sevillano.