¿Han pensado alguna vez cómo se percibe el Guadalquivir desde el Guadalquivir?
La mejor forma de comprobar la grandeza física del río que atraviesa las tierras de Sevilla abriendo una ventana al mar es surcando sus aguas. Cuando el gran río andaluz empieza a sentir la cercanía del océano que significará su fin asume una transformación de su aspecto, y para parecerse al Atlántico, se ensancha y serena su avance. El río se hace mar cuando lo admiras desde el centro de su cauce. Es el mar Guadalquivir al que la mar de historias tienen como protagonista.
Culturas, invasiones, ecos de conquistas, nuevos sabores, fiestas en su orilla, industria y artesanía. El Guadalquivir hace Sevilla, y sin él sería imposible imaginar este rincón del planeta. Vamos a sus orillas, busquemos reflejos del pasado, miradas presentes y dibujos del futuro inmediato.
Para asomarnos, podemos hacerlo desde una embarcación de recreo, a vela, o con alguna de las empresas que organizan excursiones sobre su piel mojada. Embarcaremos para ello en la Torre del Oro o en Puerto Gelves, aunque están anunciados nuevos embarcaderos en otros puntos de su litoral. Porque el Guadalquivir, cuando abandona la capital para hacerse gaditano, crece y se ensancha en una llanura casi infinita que hace pensar en un auténtico mar, el mar Guadalquivir. Para los más tímidos y respetuosos, bastará con acudir al embarcadero de Coria y cruzar su corriente en sentido transversal. Comprobarán en persona la grandeza del Guadalquivir visto desde el Guadalquivir cuando, entre arrozales y marisma, se empeña en ser mar.
El anchísimo cauce se expande como un universo en crecimiento. El río padre de los andaluces, marrón, fuerte, engañosamente tranquilo, es una línea en dos carriles que casi toca el cielo. Sólo algunas cañas y unos pocos eucaliptos desperdigados impiden el contacto con el azul. La zona dedicada al cultivo de arroz es inmensa y dependiendo de la época del año será más o menos visible. Las compuertas que inundan este cultivo y las canalizaciones que sirven para desalojar el agua son casi la única alteración de la línea- ribera. La observación de aves que pescan en el río, que nos sobrevuelan o que nos miran desde su espacio de descanso, la conversación con algún compañero de viaje, la fotografía o sentir el placer de navegar, son las ocupaciones más habituales.
En las inmediaciones de Isla Mayor podemos ver algunas construcciones, en ocasiones de tipo hacienda, levantadas por los propietarios de estas tierras de monocultivo que colocan a la zona entre las primeras productoras de arroz en España. El turismo de observación de aves, los banquetes y celebraciones, la oferta gastronómica en la que mandan arroz, patos y cangrejos, la crianza de reses bravas y tímidamente el turismo rural, completan la oferta de un viaje apasionante. Al abandonar el barco y pisar nuevamente tierra os prometemos que vuestra relación con el río habrá cambiado.
El río es plataforma de paso, paisaje, y fuente de vida económica. La agricultura, la ganadería, el sector naval, la pesca, el tráfico de mercancías y personas y, también, la gran industria del siglo XXI, el ocio. La capital y algunos pueblos ribereños mejoran infraestructuras y ofertas. En Sevilla cambia poco a poco la cara más cercana de la dársena. El proyecto Delicias anuncia zonas de restauración, esparcimiento, un acuario, nuevas instalaciones para permitir el acceso de grandes cruceros y más templos gastronómicos de los que alimentan cuerpo y alma, la carta y las vistas.
Pero también ha sido motivo de inspiración y admiración. El fotógrafo galés Richard Clifford publicó en 1869 un libro de fotografías, realizadas durante la visita de la reina Isabel II a varias ciudades españolas, y dedico varias a nuestra ciudad. Así hemos conocido aquel puerto, y las embarcaciones que entonces llenaban de mástiles y actividad los muelles y la estampa hispalense. Los pintores han colocado a menudo sus caballetes cerca del agua, y han intentando captar colores y reflejos de luz. Francisco de Zurbarán, Nicolás Alpeniz, Jenaro Pérez Villamil, Carmen Laffón y una larga lista de artistas anónimos que sin identidad recordada han colaborado en inmortalizar las edades del río a su paso por Sevilla. Y en cada golpe de imagen, retenían un fragmento de la vida vivida en sus orillas. El río ha sido decorado de cine y es escenario de interesantes competiciones deportivas. La Fiesta de la Piragua que cada primavera organiza el ayuntamiento de Sevilla a través de su empresa municipal de limpieza, Lipasam, es buena prueba de ello. Centenares de pequeñas embarcaciones ofrecen un espectáculo colorista, como pinceladas gruesas sobre el agua. En otros momentos del año, la regata Betis- Sevilla lleva al agua la dualidad que rompe el corazón de los sevillanos futboleros. El último tramo de la dársena, el que transcurre frente a la inexistente isla de la cartuja, es más bien una península, es uno de los mejores canales olímpicos que existen en el continente europeo, por condiciones climáticas y técnicas. Además, allí se encuentra el CAR, Centro de Alto Rendimiento, con instalaciones médicas y hoteleras. Equipos olímpicos, selecciones nacionales y aficionados conocen sobradamente sus posibilidades técnicas. El deporte es vida y el Guadalquivir es el río de la vida.
El Guadalquivir y Sevilla. El Guadalquivir que fue Betis cuando nadie había soñado todavía el partido que se lo podía sacar a una pelotita de cuero. El río que da la vida a los que le acompañan en su camino, recogiendo inquietudes, historias, negocios, sueños, versos y promesas, aprendiendo a crecer, a dar, a volcarlo todo en algo más grande, a ser mar. El verso de Antonio Machado sirve de colofón: Guadalquivir corriendo al mar entre vergeles.
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