Relata Miguel Gallardo que la pasión de este periodista por el baloncesto data de hace treinta y tres años, cuando ya como profesional de La Vanguardia decidió comunicarle a su superior que abandonaba la información internacional, de cuyo menester se ocupaba, para abrirle un hueco en las páginas del periódico a la actualidad sobre este deporte. Casanova, en su alocución, explicó las dificultades que esconde semejante labor, pues por falta de tradición los diarios generalistas carecen de un lugar asignado para el mundo de la canasta. Esta realidad obliga a su encargado por regla general un único redactor cubre el abanico completo de competiciones nacionales e internacionales, lo que hace impenitente su especialización a pugnar por el mínimo espacio que pueda conseguir.
En semejante contexto hay que encuadrar, a juicio del experimentado Casanova, las noticias concernientes al baloncesto, por culpa también reflexionaba el redactor de La Vanguardia en un ejercicio de autocrítica que se agradece ahora que tanto impera por desgracia la excusa y el muy socorrido victimismo del propio baloncesto. Encuentra el redactor la raíz del problema en la consolidación que vivió este deporte en los medios de comunicación en la década de los 80, cuando la desaparición temporal del fútbol de las televisiones propició su auge como si de un segundo plato se tratase. Explicaba el periodista que fue entonces cuando el baloncesto, en una ejercicio contraproducente, optó por echarse tierra encima mediante una crítica, ora apropiada, ora injustificada, que terminó por minar su existencia puesto que a ese carro se subieron aquellos informadores a los que esta especialidad deportiva les suponía una molestia de cara a una labor diaria que se resguardaba en el sota, caballo y rey brindados por el fútbol.
Se preocupaba también Casanova por la influencia en el periodista de la neutralidad y la objetividad, dos términos siempre muy en boga y vinculados a la vertiente ética de la profesión pero de los que sin embargo no todos conocen sus significados, sus ambiguos límites ¿Hasta qué punto es neutral el periodista del equipo de basket o de fútbol de su ciudad cuando por imperativo de su trabajo está obligado a adoptar en sus informaciones una perspectiva localista? Son ambos conceptos dos terrenos más bien pantanosos en los que siempre es mejor no mojarse en demasía si no se quiere traspasar la peligrosa frontera de la doble moral
Relacionada con esta cuestión está una práctica que todo el mundo sanciona incluido el mismo Casanova pero a la que el que escribe no termina de encontrarle su presunto lado oscuro: las crónicas por televisión. ¿Qué hay de malo en ello? ¿Se pierden detalles del ambiente, lances del juego que a la postre no pueden condensarse en las habituales escasas líneas del cuerpo de la información? ¿Qué prefiere el lector, dejarse engañar por un escrito realizado desde el cubículo diario del periodista especializado en tal o cual equipo o experimentar una sensación de somnolencia ante la lectura de la habitualmente insípida crónica de agencia?
Además, de recibo y justo es tener en consideración que no todas las empresas pueden contar en su plantilla generalmente por motivos económicos con enviados especiales que cubran el espectro de acontecimientos deportivos a escala nacional o internacional. Para eso trabajan las agencias, argüirán algunos. Pues sí, pero sólo en teoría, ya que aunque no sea a igualdad de condiciones siempre es mejor, para determinados medios, la información del especialista contratado que el teletipo. Así que si la televisión de paso les hace un favor
En cuanto a la tan dificultosa elaboración de la crónica baloncestística, Casanova abogó por no abusar de un texto tan espeso en detalles y tecnicismos que sólo pueda ser entendido por un profesional o acérrimo entusiasta del basket. Comentaba el periodista catalán que para ejercer este oficio no hace falta haber lanzado alguna vez a canasta. Totalmente de acuerdo, por más que esto ayude. Como tampoco para ser buen director de cine hay necesidad de ser un cinéfago.