Sólo un hombre como Don Alvaro Domecq y Díez, podía reunir a todos los toreros, los de ayer y los de hoy, los que están en la cumbre y los que luchan por conseguirlo. Don Alvaro era un hombre querido y respetado por todo el mundo taurino y quedó demostrado el pasado día 7 , jueves en la Catedral de Jerez. A las once de la mañana tuvo lugar una misa antes de ser trasladado al cementerio jerezano. Antes su familia había asistido a otra celebrada en la intimidad de la capilla familiar de la finca Los Alburejos.
Don Alvaro había enviudado de su esposa y madre de sus dos hijos, Alvaro casado con Maribel y Fabiola, casada con Luis Fernando Domecq Ybarra.Tenía seis nietos, Fabiola, Luis, Isabel,Antonio,Rocío y reyes y 17 bisnietos, Isaac, Fabiola,Juan, Luis, Pedro,Paula, Alvaro, Espernza, pablo, Nicolás, Fernando, Isabel, Antonio, Macarena, Andrés, Patricia y Rocío.
Don Álvaro Domecq y Díez falleció el miércoles 6 de octubre en su finca jerezana de «Los Alburejos» a los 88 años de edad. Desparece una figura señera en la historia del toreo del siglo XX: patriarca de la dinastía más importante y longeva de rejoneadores, ganadero y creador de un encaste propio como Torrestrella, alcalde de Jerez en los años cincuenta, presidente de la Diputación de Cádiz en los sesenta, amigo íntimo de Manolete, testigo de su muerte en Linares y albacea de su fortuna, vivió entregado a sus dos grandes pasiones: el toro y el caballo. El señorío y la caballerosidad marcaron su vida, tan templada como su voz o el galope de su jaca «Espléndida», aquella con la que en la posguerra quiso hacer olvidar en los ruedos los miedos del trienio bélico que le partieron su carrera de Derecho: su debut se había producido, por causas benéficas, justo antes del estallido de la contienda civil, en Santander, en agosto de 1934. Su «afición» a las obras de caridad se materializó en el Oratorio Festivo Domingo Savio, el colegio de Torres Silva - nombre del sacerdote al que consideró siempre «culpable» de su salto profesional a las plazas- , y también las Escuelas Rurales de Jandilla. Compartió cartel con las primeras figuras del toreo de la época: Pepe Luis Vázquez, Domingo Ortega, Pepe y Antonio Bienvenida y su gran amigo Manolete, sin olvidar la profunda admiración que sintió por Juan Belmonte.
El respeto que le profesaron todos los profesionales del mundo del toro durante décadas se traducía en el «Don» con el que se le trataba desde todos los estamentos. Tal vez fuese el último «Don» del toreo con suficientes argumentos para merecerlo, el último caballero.
En 1937, en plena guerra civil, murió su padre, Juan Pedro Domecq Núñez de Villavicencio, y al año siguiente contrajo matrimonio con María Josefa Romero y tuvo dos hijso Alvaro y Fabiola.
A sus pasiones - caballo y toro- se suman dos aficiones: volar y escribir. La milicia en el Ejercito del Aire le enganchó por los aviones hasta tal punto que crearía con el tiempo el aeroclub de Jerez. La debilidad por la escritura vino al paso y, de colaborar con artículos para ABC, Blanco y Negro o la revista taurina El Ruedo, acabó escribiendo la obra «El toro bravo», editada por Espasa Calpe, y sus magníficas memorias a los 80 años, «Mi vereda a galope», publicada por la misma editorial.
.Se retiró en Linares en 1949. El 1 de septiembre de 1960 le dio la alternativa a su hijo en El Puerto de Santa María y regresó también en 1985 para su despedida en Jerez. Y vio seguir la dinastía en sus nietos, Antonio y Luis.